Introducción

La significación social evoca un compromiso continuo, cotidiano y a menudo inconsciente entre nosotros y el ambiente, donde las personas, el espacio y la memoria juegan un papel importante.

Los individuos y las comunidades están inmersos en una conversación interminable con los paisajes en los que habitan. Una parte de este diálogo involucra a la gente que da significado a los espacios a partir de los eventos en sus vidas que han "tenido lugar" en ellos. Cada generación le trasmite el conocimiento de estos eventos a la siguiente y, aunque a menudo los sucesos no dejan ninguna marca en los espacios o paisajes, las personas recuerdan lo que ocurrió. Es como si lleváramos en nuestra mente un mapa del entorno que contiene detallados en él todos estos lugares y sus significados. Cuando caminamos por nuestros paisajes, ver un lugar con frecuencia detonará recuerdos y sentimientos -positivos o negativos, alegres o tristes- que los acompañan. Ésta es la otra parte del diálogo: es el paisaje que nos habla. El punto clave es que un profesional del patrimonio cultural, externo o ajeno a estos espacios locales, no puede descubrir este mundo de significados con tan solo observar un lugar, del cual únicamente se puede aprender hablando con las personas. Ésta es la esencia de la evaluación de la significación social y es lo que nosotros, los profesionales del patrimonio, no hemos hecho suficientemente (Byrne, Brayshaw y Ireland, 2003, p. 3).

La práctica de la evaluación de la significación social busca articular estas relaciones casi inefables y se nutre de métodos etnográficos y de participación social en específico para integrarlas en una estructura patrimonial conformada por lugares, valores, significación y gestión de la conservación.

La significación social surge como un contradiscurso diferente al discurso dominante del patrimonio cultural que se centra en lo tangible -particularmente en la conservación de los tejidos y entornos construidos-, la cual ha dependido de la sabiduría y el conocimiento acumulados de los expertos disciplinares. Los orígenes de este discurso patrimonial dominante se han explorado a profundidad, tanto en su expresión mediante instituciones que autorizan cartas, legislación y convenciones nacionales e internacionales (véase: Smith, 2006) como en la práctica (véase, por ejemplo: ej., Harrison, 2013).

Algunos de los conceptos básicos de la práctica de la significación social, tras su surgimiento a inicios del decenio de 1990, se han vuelto tema del pensamiento crítico en el campo emergente de los estudios del patrimonio cultural, representando una reformulación del patrimonio como una disciplina distinta con una estructura no solo práctica sino también teórica y reconociendo sus disciplinas complementarias como los estudios culturales, la etnografía, la historia pública, los estudios de la memoria y la arqueología comunitaria, por nombrar unas cuantas.

Estos conceptos incluyen la naturaleza empírica de las relaciones gente-lugar o gente-ambiente, la estrecha conexión entre patrimonio e identidad, la naturaleza de la memoria compartida y el proceso de remembranza, así como las cualidades públicas y privadas del patrimonio cultural (el patrimonio como ejecución, por ejemplo) (Johnston, 1992). El que estos hayan sido evidentes en la práctica de la significación social de aquella década evidencia una acumulación de preocupaciones alrededor de la gestión del patrimonio cultural en Australia, aunada a un importante involucramiento del gobierno nacional con conceptos ampliamente definidos de patrimonio natural y cultural, así como una apertura profesional (al menos de parte de algunos) para desafiar el status quo y explorar nuevos enfoques.

Entre las décadas de 1970 y 1980 también se observó un incremento en el interés en la percepción del entorno, nutrido de estudios filosóficos, paisajísticos y geográficos y se presentaron importantes ideas tales como el sentido del espacio, donde los significados se vuelven parte de los lugares gracias a una experiencia vivida (por ejemplo: Tuan, 1974). Aunque algunas líneas del trabajo de percepción del paisaje se centraron en formas simplificadas de evaluar la aceptación pública de los cambios de entorno (p. ej.: USDA Forest Service, 1974), otros relacionaron la historia, los espacios y la memoria pública con los recuerdos del poder del lugar (p. ej., Hayden 1995) e incluso hubo quienes examinaron cómo leemos el paisaje observado (p. ej., Berger, 1973; Meinig, 1995).

Este texto busca examinar la valoración del valor social. Observa la práctica australiana como parte de una perspectiva internacional de gestión del patrimonio cultural basada en valores y explora algunos casos ejemplares que juntos ilustran el funcionamiento de las metodologías y dilemas a través de la praxis: el acto de involucrar, aplicar, ejercer, entender y poner en práctica las ideas.

El valor de los valores

En el campo de la gestión patrimonial, los valores se refieren a las "cualidades o características positivas de los objetos o sitios culturales" que perciben personas o grupos particulares (Mason 2002, p. 4). Estos valores están anclados a, conectados con o son detonados por cosas -objetos, lugares o también prácticas, historias y recuerdos-. A menudo, los valores sociales y estéticos se activan a través de la experiencia.

Mason (2002, p. 6) describe cuatro partes del proceso de entender los valores:

  1. Caracterizar el valor para que pueda identificarse con facilidad y cobrar sentido, en esta instancia, tanto para los poseedores de los valores (comunidades y grupos culturales) como los profesionales.

  2. Métodos y estrategias útiles y adecuados para revelar y comprender los valores.

  3. Herramientas para obtener y caracterizar los valores patrimoniales.

  4. Integrar los valores a las políticas, definición de prioridades y toma de decisiones.

Estas partes forman una secuencia lógica y sirven para resumir lo necesario para darle forma a la práctica en torno a los valores o, en este caso, a un grupo de valores conocido como valor social. Al igual que la Carta de Burra, los pasos de Mason van del conocimiento a la acción y colocan los valores en los cimientos de la planeación y gestión del patrimonio cultural. Este proceso de gestión basado en valores es ya fundamental para las prácticas en torno al patrimonio cultural a nivel global. Aunque no ha faltado quien lo critique, la ventaja de este proceso aparentemente sencillo es la clara articulación de valores.

Mason propone una tipología de valores patrimoniales como un método para reconocer y caracterizar la amplitud de valores potenciales para así establecer un lenguaje común "en el cual puedan expresarse los valores de todas las partes" y evitar una "caja negra" donde los valores "se desplomen dentro de una declaración amalgamada de relevancia", la cual, opina, demostrará ser ineficaz en la conservación simultánea de valores divergentes (Mason, 2002, pp. 8-10). Una tipología puede incluir explícitamente diversos valores y demostrarles a los actores de la comunidad que posean estos valores que en el proceso hay un espacio donde pueden reconocerse los suyos. Un caso de estudio que se verá más adelante sobre el Valle de Upper Mersey en Tasmania, Australia, aborda el uso de valores definidos por la comunidad en lugar del enfoque común donde la legislación y las políticas son las que definen los valores.

El desafío al uso de una tipología de valores yace en la interpretación de cada uno de ellos y en lo que puede percibirse como incluido o excluido. Este tema se debate a profundidad en la literatura: Fredheim y Khalaf (2016), por ejemplo, proveen un riguroso análisis de los dilemas y posibilidades que conlleva el encuadre de valores y notan que algunas clasificaciones que buscan ser incluyentes se vuelven demasiado extensas y probablemente inservibles; sugiriendo que "una tipología de valores integral, aplicable universalmente es algo imposible" (Fredheim y Khalaf, 2016, pp. 467, 469). No obstante, estos autores no abandonan la idea de las tipologías, sino que buscan explicar un enfoque más sencillo e incluyente (Fredheim y Khalaf, 2016, pp. 472-474).

Como respuesta a estos retos, la práctica australiana ha construido progresivamente un compendio guía, comenzando con la misma Carta de Burra, luego elaborando dos directrices para la Carta de Burra (ICOMOS Australia, 1988) y, más recientemente, una revisada Carta de Burra y Directrices prácticas (ICOMOS Australia, 2013). El que los valores se vuelvan criterios formales y luego formen parte de los marcos legales impone potencialmente una estructura culturalmente específica que requiere que los valores "encajen" o, si no, se excluyan. Aunque toda tipología o estructura implica claramente este riesgo siempre presente, la directriz para la aplicación de los criterios a la Lista Del Patrimonio Nacional Australiano ofrece un ejemplo interesante de una estructura integral que define algunos límites jurídicos sin por ello dejar de fomentar el reconocimiento e inclusión de todos los valores (Australian Department of the Environment and Energy, 2016). Es a nivel nacional en Australia donde el valor social a menudo se trabaja mejor.

El valor social en la práctica

Enfoques australianos

En Australia, los gobiernos estatales, territoriales y locales son los principales ámbitos para la identificación, listado y protección estatutaria de los lugares patrimoniales. El gobierno nacional juega un papel más pequeño, ahora más enfocado principalmente en la creación de una altamente selectiva Lista de Patrimonio Nacional (National Heritage List o NHL en inglés).

El primer organismo gubernamental australiano a nivel nacional, la Comisión Australiana del Patrimonio Cultural (Australian Heritage Commission o AHC en inglés) se fundó en 1975 y se encargó de reconocer los "bienes nacionales" -el patrimonio cultural común y compartido de los australianos- definido como los lugares "que tienen una significación estética, histórica, científica o social u otro valor tanto para futuras generaciones como para la comunidad actual" (Ley de la Comisión Australiana de Patrimonio Cultural, 1975 [s.4.1]). El Comité Nacional de Australia del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (International Council on Monuments and Sites o ICOMOS, por sus siglas en inglés), fundado en 1976, también se dispuso a establecer una práctica patrimonial que fuera relevante para las circunstancias australianas, formulando lo que sería la primera Carta del ICOMOS Australia para Sitios de Significación Cultural, la Carta de Burra, de 1979. Ésta introdujo tres términos nuevos: sitio, significación cultural -conformado por valores estéticos, históricos, científicos o sociales- y tejido histórico3 (Walker, 2014, pp. 9-10; Ahmad, 2006, p. 297).

Cuando la AHC se dio a la tarea de definir el valor social, reconoció que "la significación social yace con la comunidad" y que "no se prestaría a los análisis de "expertos" como los que se aplican durante la evaluación de valores históricos y arquitectónicos".4 Asimismo, la AHC fue cuidadosa con la manera en que definió la significación social, adoptando en sus directrices de 1988 la frase "sitios de importancia para asociaciones culturales o sociales o como una concentración de fuertes sentimientos culturales y sociales para una comunidad" (Australian Heritage Commission, 1988), retomando el rango de sentimientos expresados por ICOMOS Australia (1988), el cual incluía "sentimientos espirituales, políticos, nacionales o culturales", ya que el valor social podría utilizarse para otorgar reconocimiento a "un resurgimiento transitorio de emociones o un incremento de aspiraciones políticas" (Australian Heritage Commission, 1988; Johnston, 2014, p. 40).

Sin embargo, la palabra sentimiento resultó ser igualmente transitoria y nunca ha aparecido de nuevo en los criterios del patrimonio cultural ni se usa actualmente en las definiciones australianas del valor social. Por otro lado, la noción de una asociación directa y contemporánea entre lugar y gente se estableció desde entonces y sigue siendo una de las características clave del valor social.

El ejercicio de la significación social en Australia sí adoptó elementos clave del discurso patrimonial dominante de aquel tiempo: usó "sitio" y "valores" como elementos estructurantes, por ejemplo, y estableció una amplia metodología (explicada más adelante) diseñada para permitir que este aspecto de la significación se colocara a la misma altura que los otros valores definidos.

La definición del valor social es ahora relativamente consistente en todas las jurisdicciones australianas (salvo en Nueva Gales del Sur), usando los criterios derivados de aquellos adoptados por la AHC: "El sitio tiene una fuerte o especial asociación con una comunidad particular o grupo cultural por razones sociales, culturales o espirituales" (Australian Department of the Environment and Energy, 2016).

A nivel nacional, éste es uno de los dos criterios que hacen una referencia directa y que requiere evidencia de que el valor es sostenido por un grupo o comunidad cultural específico, siendo el otro el valor estético:

El lugar posee un valor patrimonial excepcional para la nación dada su importancia al exhibir características estéticas particulares valoradas por una comunidad o grupo cultural (Australian Department of the Environment and Energy, 2016).

¿Por qué el valor social surgió como un concepto clave de forma tan temprana en las prácticas en torno al patrimonio cultural en Australia, mientras que en otros lugares lo hizo más tardíamente? La respuesta puede recaer en la particularidad de las circunstancias que dieron forma a la conciencia australiana sobre su patrimonio cultural: Un auge en el desarrollo en la posguerra, un activismo comunitario alrededor de los cambios en zonas urbanas internas y espacios verdes, el modernismo, el movimiento del (fideicomiso nacional) y la respuesta gubernamental en materia legislativa. Juntos, estos factores sirvieron de apoyo al desarrollo de una profesión incipiente en torno al patrimonio cultural, lo cual a su vez llevó a una revisión de los enfoques sobre el patrimonio heredados de Europa, como los de la Carta de Venecia.

Meredith Walker ofrece un relato más completo de este periodo y señala el comentario de un especialista australiano en patrimonio diciendo que mientras "la filosofía de la Carta de Venecia era sólida [...] no era probable que fuera de mucha utilidad práctica para constructores y arquitectos que buscaban respuestas a dudas sobre conservación en Australia" (Walker, 2014, pp. 9-11). No obstante, como lo señalan Byrne y otros (2003, p. 11) señalan, el surgimiento del valor social como una consideración para la gestión del patrimonio australiano también se refleja en las tendencias internacionales, especialmente en aquellas enfocadas en el reconocimiento del patrimonio y los derechos de las poblaciones indígenas.

Además, un análisis de las prácticas en torno al patrimonio mundial revela que la evolución ha sido lenta y que los "enfoques centrados en la gente" son un fenómeno reciente. Al no contar con una revisión internacional sobre el valor social, estas interrogantes siguen siendo interesantes pero aún están sin contestar.

Perspectivas y prácticas globales

El concepto de significación social, tal como surgió en las prácticas alrededor del patrimonio en Australia a principios del decenio de 1990, no fue seguido internacionalmente. En cambio, se generaron diferentes ideas a partir de prácticas locales.

Al examinar la aceptación del concepto de valor social en el Reino Unido y Europa, Jones (2016) comienza con una definición que se encuentra fuertemente alineada con la práctica australiana actual: Ella define el valor social como lo que "abarca el significado del ambiente histórico para las comunidades contemporáneas, incluyendo el sentido de identidad, de pertenencia y de espacio de la gente, así como formas de memoria y asociación espiritual" (Jones, 2016, p. 1). Siguiendo a Johnston (1992, p. 10) y Byrne y otros (2003), define el valor social como "un apego colectivo a un entorno que encarna los significados y valores que son importantes para una o varias comunidades", observando que esto involucra la base para la "identidad, distintividad, pertenencia e interacción social" y "toma en cuenta formas de memoria, historia oral, simbolismo y práctica cultural" (Jones y Leech, 2015; Jones, 2016, p. 3).

Se identificaron tres movimientos clave por el reconocimiento de los valores comunitarios: el primero fue la Convención Europea del Paisaje (Consejo de Europa, 2000, citado en Jones y Leech, 2015, p. 9), el cual propuso un acercamiento a las "partes" y "poblaciones" portadoras de los valores. Le siguió la Convención de Faro, que hace énfasis en el "patrimonio común de todas las personas" con un enfoque en los "valores asignados por encima de los elementos tangibles o intangibles que se combinan para constituir patrimonios" y donde estos valores asignados no son simplemente el resultado de los análisis de expertos, sino el producto de las comunidades del patrimonio (así autodefinidas) (Jones y Leech, 2005, p. 10; Jones, 2016, p.3).

El tercer movimiento es el documento Principios de Conservación (English Heritage, 2008), el cual propuso el "valor comunitario" como uno de cuatro valores: el de la evidencia, el histórico, el estético y el comunitario. Dos de estos se expresan en términos de la relación de la gente con el lugar o ambiente: el valor comunitario se refiere a los "significados que tiene un lugar para las personas que se relacionan con éste o para quienes forma parte de su experiencia colectiva o memoria" y el valor estético hace referencia a "las formas en que un lugar estimula sensorial e intelectualmente a las personas".

El valor comunitario se describe comprendiendo los valores conmemorativo y simbólico que "reflejan los significados de un lugar para aquellos que figuran parte de su identidad a partir de éste o tienen vínculos emocionales con él", como los memoriales, por ejemplo. El valor social se asocia con los "lugares que la gente percibe como fuente de identidad, distintividad, interacción y cohesión social". El tercer elemento es el valor espiritual, a menudo "asociado con los lugares santificados por una adoración o veneración longeva o lugares silvestres con pocos rastros obvios de vida moderna".

La directriz apunta que aunque dichos valores pueden cambiar con el tiempo y asociarse con "eventos, actitudes o periodos (históricos) incómodos" o negativos y depender menos de la supervivencia del tejido histórico, pero, paradójicamente, pueden ser también el "el motor detrás de un deseo de reconstrucción" (English Heritage, 2008, pp. 31-32). Jones concluye, empero, que aunque las tres agencias de patrimonio cultural de Reino Unido5 están enfocándose cada vez más en la significación, el valor social y la participación, estos conceptos aún son muy poco perceptibles en la práctica (Jones, 2016, pp. 3-4). Más allá, el listado de criterios estatutarios que aplica Historic England parece seguir siendo una combinación de valores arquitectónicos, históricos o arqueológicos en función de la naturaleza del lugar; además, no parece haber más lineamientos disponibles sobre los métodos adecuados para la articulación del valor social.

El proyecto de investigación sobre los valores del patrimonio cultural del Instituto Getty de Conservación representó una importante iniciativa internacional a lo largo de siete años (1998-2005) para examinar y mejorar el entendimiento de los valores y de los procesos de valoración que sirven de base para la planeación y gestión del patrimonio. El proyecto documentó el incremento de los enfoques basados en valores en la planeación y gestión patrimoniales, al tiempo que exploró los aspectos de los valores a lo largo de una serie de casos de estudio (el caso de Port Arthur se aborda más adelante).

Mason propuso la siguiente tipología de valores socioculturales: históricos, culturales/simbólicos, sociales, espirituales/religiosos y estéticos (2002, p. 10). Definió el valor cultural/simbólico como el que abarca "aquellos significados compartidos que no son estrictamente históricos" y el valor político como un reflejo de la "conexión entre la vida civil/social y el entorno físico y de la capacidad de los sitios patrimoniales en concreto para estimular la clase de reflexión positiva y comportamiento político que construyen a la sociedad civil", una inclusión interesante dada la decisión del gobierno australiano de no seguir la definición del valor social del ICOMOS Australia de 1988 (Mason, 2002, p. 11; Johnston 2014, p. 40).

Asimismo, Mason describe el valor social de dos maneras. La primera de ellas es como capital social en el sentido de que "los valores sociales del patrimonio cultural permiten y facilitan las conexiones y redes sociales, así como otras relaciones", usando como ejemplo el que "los valores sociales de un lugar considerado patrimonio cultural pueden incluir el uso de un espacio para encuentros sociales como celebraciones, mercados, pícnics o juegos de pelota -actividades que [...] aprovechan [...] las características de los espacios públicos y compartidos" (Mason 2002:12).

La segunda forma de valor social consiste en el apego al entorno, mismo que define como la "cohesión social, identidad comunitaria u otros sentimientos de afiliación que los grupos sociales desarrollan a partir del patrimonio y los ambientes específicos de su territorio doméstico (Mason 2002, p. 12). Otros autores aluden a esta dualidad en el uso del término de "valor social"; sin embargo, nuestro interés actual se limita a su acepción sobre patrimonio cultural.

En el área Asia-Pacífico, los pueblos indígenas son las comunidades dominantes, incluso donde los poderes coloniales han tenido influencia en el pasado. Entre las poblaciones indígenas y "étnicas", el patrimonio cultural a menudo se expresa de una forma muy diferente, sin separar cultura y naturaleza y con lo que ahora se define como patrimonio cultural intangible perfectamente entretejido con lo tangible. Es por ello que puede esperarse que el concepto de valor social esté estrechamente unido con las prácticas en torno al patrimonio cultural. No obstante, el diálogo alrededor del patrimonio a lo largo del Pacífico se ha centrado en comprender la relación entre los valores locales frente a los universales, ya que los Estados Parte y las comunidades con un patrimonio cultural común buscan el reconocimiento a través de la Lista de Patrimonio Mundial. No se piensa que el valor social sea considerado específicamente en la actualidad aunque se garantiza mayor investigación (Anita Smith, comunicación personal).

Si observamos al continente asiático, hay tres documentos clave que vale la pena examinar y que están relacionados con los valores y el reconocimiento del valor social: el Documento de Nara sobre la autenticidad (ICOMOS, 1994), los Principios para la conservación de sitios patrimoniales de China (o Principios de China) (ICOMOS China, 2002 y 2015) y la Declaración sobre el patrimonio cultural de la Asociación de Naciones del Asia Sudoriental (ASEAN) (ASEAN, 2000).

El Documento de Nara sobre la autenticidad de 1994 reconoce la necesidad de enfoques derivados de la cultura para una conservación del patrimonio basada en la idea de que lo que conforman los valores varía de cultura a cultura, por lo que el patrimonio debe evaluarse con base en el grupo cultural al que pertenece, con la autenticidad (el enfoque principal del Documento Nara) juzgada a través de una gama de atributos físicos, así como de "tradiciones, [...] espíritu y sentimiento" (ICOMOS, 1994).

Los Principios de China6 de 2002, conocidos como la primera carta asiática para profesionales del patrimonio (y en ocasiones como la "Carta de Burra china") se desarrollaron en colaboración internacional y tuvieron influencia del proyecto Valores del Patrimonio del Instituto Getty de Conservación, así como de ICOMOS Australia. Los primeros Principios de China (ICOMOS China, 2002) definieron el patrimonio de una manera estrecha, expresando los valores como históricos, artísticos y científicos a pesar de que se había dicho que las autoridades chinas del patrimonio habían quedado impresionadas por la Carta de Burra dado su "amplio reconocimiento y aplicación en la industria del patrimonio australiano y, particularmente, por su intento de tratar la conservación de sitios vivos y sus valores" (Qian, 2007). Las similitudes reales con la Carta de Burra se limitan a procesos clave de práctica y conservación, mientras que los Principios de China de 2002 no incluyeron los conceptos de asociaciones, significados y participación que aparecen en la Carta de Burra de 1999 (ICOMOS China, 2002; ICOMOS Australia, 1999). Asimismo, Qian señala que los Principios de China de 2002 no tratan algunos temas importantes del patrimonio chino, como "el paisaje histórico en ciudades histórica y culturalmente famosas", donde "muchos barrios han sido modificados tanto que ni siquiera las personas que los habitaron logran reconocerlos, por lo que en consecuencia estas ciudades están perdiendo su identidad". A partir de esto, Qian afirma que los Principios de China no deberían considerarse una guía universal para la profesión del patrimonio (Qian, 2007, pp. 257, 263).

Tras reconocer que la gestión del patrimonio y las condiciones socioeconómicas de China han cambiado, en 2010 se inició una revisión de los Principios de China y en 2015 se publicó un documento revisado. En cuanto a los valores, los Principios de China de 2015 ahora reconocen el valor social como:

Valores culturales y sociales basados en la investigación teórica y prácticas de conservación del patrimonio, en uso tanto en China como internacionalmente [...] El valor social queda demostrado cuando un lugar patrimonial genera beneficios sociales7 en aspectos tales como la preservación del conocimiento y la continuidad espiritual, así como el incremento de la cohesión social, mientras que el valor cultural está estrechamente ligado a la diversidad cultural y al patrimonio inmaterial. Los conceptos de valor cultural y social han [...] jugado un papel positivo en la construcción del sistema teórico basado en valores de la conservación patrimonial de China. (ICOMOS China 2015, p. 56)

El artículo 3 define el valor social incluyendo "memoria, emoción y educación" y el valor cultural comprendiendo la "diversidad cultural, la continuidad de las tradiciones y los componentes esenciales del patrimonio cultural intangible" (ICOMOS China, 2015, p. 61).

Los Principios de China de 2015 ahora abogan por la participación, viendo el papel del patrimonio como contribución a "las necesidades culturales y espirituales de la sociedad contemporánea [...] [y preservación de] su historia, cultura y memoria" (ICOMOS China, 2015, p. 64). Ahora también se reconoce la relevancia de dar continuidad a las tradiciones culturales que forman parte de la significación de un lugar (ICOMOS China, 2015, Artículo 13, p. 69). No obstante, más allá de algunas referencias a los sitios vivos y la participación comunitaria, que aparecen en artículos posteriores y aunque se detallan mucho los requisitos de conservación para características específicas y tipos de lugares, no hay más lineamientos para identificar, documentar y conservar los valores sociales y culturales (ICOMOS China, 2015, pp. 83-104).

La Declaración sobre el patrimonio cultural de la ASEAN (ASEAN, 2000) reconoce el patrimonio cultural como "valores y conceptos culturales importantes", así como formas físicas y prácticas culturales. Además, señala aspectos del valor social tales como "la supervivencia cultural y la identidad", refiriéndose a los valores antropológicos y sociológicos (así como históricos, estéticos y científicos) y expresa la importancia de "vivir el patrimonio y tradiciones culturales" en aras de ofrecer una importante base para el entendimiento social e intercultural. El grado de especificidad del alcance y las definiciones a niveles nacionales en el sudoeste asiático varía y la examinación a detalle del valor social en toda esa región excede los límites de este texto.8

Hasta la fecha, no se tiene conocimiento de otras cartas o documentos guía valiosos sobre el valor social que hayan surgido de los países del sudeste de Asia, el subcontinente indio o el Pacífico (Ahmad, 2006, p. 298); sin embargo, en ausencia de dichos documentos, existen abundantes pruebas del interés y la práctica en torno al valor social, como el congreso de 2016 de la Organización de Ciudades del Patrimonio Cultural - Asia y el Pacífico, a partir de las investigaciones sobre patrimonio basado en la comunidad del Yangon Heritage Trust y los eventos interdisciplinarios como Callejones y Barrios en Ciudades en Asia (Lanes and Neighbourhoods in Cities in Asia) (Asia Research Institute, junio de 2016), entre muchos otros.

El sistema del Patrimonio Mundial ha contribuido de forma lenta pero constante al mayor reconocimiento de los aspectos del valor social, en especial mediante cambios tales como la Estrategia Global de 1994, diseñada para generar una lista equilibrada y creíble del patrimonio mundial, la revisión de criterios, el reconocimiento de los valores asociativos, la Declaración de Budapest (2002) en la búsqueda de "la participación activa de [.] las comunidades locales en todos los niveles en la identificación, protección y gestión de [.] propiedades del patrimonio cultural mundial" (de Merode, 2004, p. 10) y la inclusión en 2003 de los paisajes culturales.

Más concretamente, la incorporación de la quinta "C" en 2007 durante la presidencia de Tumu Te Heuheu del Comité del Patrimonio Mundial (CPM) buscó incrementar el papel de las comunidades en torno al patrimonio mundial. Esta iniciativa sigue representando un importante desafío para el CPM, con un enfoque que privilegia lo global por encima de lo local. Las Directrices Operativas de 2012 ahora resaltan la participación de las personas locales en el proceso de designación, así como una "total aprobación de las comunidades locales en las nominaciones de paisajes culturales", pero lograr dicha participación requiere de tiempo y recursos (Smith, 2015b, p. 184).

La Visión de Kioto -declarada durante la clausura del 40° aniversario de la Convención del Patrimonio Mundial en Kioto, Japón (6-8 de noviembre de 2012)- describe una nueva dirección, expresando la convicción de que la conservación centrada en las personas es el nuevo modo para el futuro: "el patrimonio cultural es el resultado de la interacción dinámica y continua entre las comunidades y su entorno" y abogando porque el papel de la comunidad deba estar "fundado en un acercamiento multidisciplinario y participativo a la conservación del patrimonio" (Centro de Patrimonio Mundial de la UNESCO, 2012).

Un énfasis mucho mayor sobre la relación intrínseca entre las personas y el entorno se ha vuelto evidente también ahora en la práctica, particularmente en relación con las comunidades indígenas; en parte mediante el apoyo del Taller Internacional de Expertos sobre la Convención del Patrimonio Mundial y los Pueblos Indígenas y en parte a través de las actividades de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) para impulsar la noción de los "enfoques centrados en las personas" (Smith, 2015b p. 184).

Un ejemplo de lo anterior es el proyecto de Manejo Comunitario de Áreas Protegidas para la Conservación (Community Management of Protected Areas Conservation o COMPACT, por sus siglas en inglés), el cual busca dar apoyo a las comunidades locales en la administración de sus sitios patrimonio mundial (Brown y Hay-Edie, 2013, p. 135). COMPACT, por ejemplo, ha probado mapeo comunitario y sistemas de información geográfica (SIG) participativos, diseñados para capturar, comunicar y analizar el conocimiento comunitario de formas flexibles, culturalmente apropiadas e interactivas (Brown y Hay-Edie, 2014, p. 43). En Belice, por ejemplo, una metodología de "evaluación comunitaria rápida" se utilizó para entender el nivel de conocimiento dentro de las comunidades locales sobre las zonas marinas protegidas y el sitio patrimonio mundial, así como la relación entre dichas comunidades y la biodiversidad de las áreas protegidas, ayudando así a incrementar su disposición para participar en la conservación del arrecife coralino (Brown y Hay-Edie, 2013, p. 16). Estas técnicas y su cuidadoso análisis en COMPACT pueden hacer crecer la confiabilidad de su uso en proyectos de valor social.

En muchos sentidos, los conceptos universalizadores que sirven de base al sistema del Patrimonio Mundial se oponen directamente a la idea de los "significados constituidos localmente" (Jones 2016:5) y a lo largo del último decenio se ha hecho un esfuerzo considerable -con resultados limitados- por lidiar con esta tensión. Si el valor social está fundado sobre la especificidad cultural (como lo sugiere el Documento de Nara) y queda representado, por ejemplo, a través de las tradiciones vivas, las conexiones con el entorno y las identidades distintivas, entonces el patrimonio mundial es una forma de universalismo abstraído que no aborda ni representa la diversidad cultural a pesar de afirmar desearlo (Smith, 2015b, p. 180).

Por ejemplo: los lugares valorados por los pueblos indígenas están considerablemente poco representados en la Lista de Patrimonio Mundial, ya que "los valores o comprensión indígenas de un lugar, paisaje terrestre o marino a través de sistemas usuales o habituales de conocimiento" no se consideran base suficiente para justificar un valor universal excepcional (Smith, 2015b, p. 177). El valor social, como un valor que posee una comunidad específica, puede considerarse en primera instancia como local; sin embargo, un lugar puede tener importancia internacional por razones muy diferentes de aquellas por las cuales las comunidades locales lo aprecian.

Para las poblaciones y los lugares indígenas, son "precisamente estos valores locales -o sistemas tradicionales de conocimiento- los que necesitan ser reconocidos como valor universal excepcional si la Lista de Patrimonio Mundial piensa incluir las poblaciones y lugares indígenas". Se citan los ejemplos de Marae Taputapuatea y el Valle de Opoa (Polinesia Francesa), Uluru-Kata Tjuta (Australia), el Parque Nacional de Tongariro (Nueva Zelanda) y los Dominios del jefe Roi Mata (Vanuatu) (Smith, 2015a, p. 112).

Por supuesto que podría decirse que otras estructuras usadas para evaluar los valores patrimoniales también buscan definir una perspectiva singular en lugar de múltiples perspectivas acerca de un lugar y sus significados. Una de las técnicas empleadas en la evaluación del valor social en Australia ha consistido en especificar la comunidad o grupo cultural al que se le atribuye dicho valor para así evitar universalizar u homogeneizar. Así, un entorno puede tener múltiples y distintos valores para una variedad de comunidades o grupos sociales. El desafío para el gestor de entornos culturales patrimoniales consiste entonces en administrar un conjunto de valores complejos potencialmente divergentes. Comparar esto con la expresión singular del valor histórico que sigue siendo un lugar común en la mayoría de las evaluaciones de patrimonio cultural, donde es probable que múltiples significados históricos se oculten en lugar de revelarse. Para abordar los valores diversos y respetar las diferencias, ICOMOS Australia desarrolló el Código sobre ética de coexistencia en la conservación de lugares significativos (1998). En cuanto a la identificación de valores, dicho código reconoce que la conservación de entornos de patrimonio cultural "requiere que se reconozca y se sea sensible a los valores de todos los grupos culturales asociados" (artículo 3), así como aceptar que "cada grupo cultual tiene el derecho primordial de identificar los lugares que les son significativos" (artículo 4).

Metodologías y prácticas

En Australia, la evaluación de la significación social está arraigada a la gestión, listado y designación del patrimonio, especialmente a nivel nacional. Se han desarrollado y refinado metodologías e indicadores de relevancia y se siguen explorando nuevas maneras de acercarse a comunidades y grupos culturales en este cometido. Hoy en día, existen en casi todas las jurisdicciones criterios y guías prácticas para la evaluación del valor social.

Hay tres elementos que sirven de base para el concepto de valor social en la práctica australiana: El valor es contemporáneo y en la actualidad lo poseen las comunidades o grupos culturales; la comunidad o grupo cultural es particular e identificable, y la continuidad del uso, asociación y significación puede ser demostrable, generalmente tras un periodo de 25 años o más para así dejar clara la transmisión de los valores más allá de una generación.

Ciertos indicadores específicos de la significación son de las herramientas utilizadas en el análisis del valor social. Derivado primeramente de la publicación ¿Qué es el valor social? (Johnston, 1992), un conjunto más amplio de indicadores se desarrolló para servir de apoyo en un proyecto piloto diseñado con la finalidad de identificar valores sociales y otros valores patrimoniales de comunidades que viven y trabajan en una región extensa (Johnston y Lewis, 1993). El proyecto desarrolló una metodología relativamente sencilla -un taller de patrimonio comunitario- que después se promulgó como una parte esencial de los estudios del patrimonio local y un marco para la evaluación del valor social. El taller se concibió para obtener información acerca de los lugares que valora la comunidad local gracias a lo que las personas manifestaban durante el taller y buscaba darle a la "gente una oportunidad para compartir su conocimiento, aprender acerca de los lugares que son importantes para los demás y participar juntos en la protección del patrimonio" (Comisión del Patrimonio Australiano, 1998, pp. 50-53).

Como parte del marco de evaluación se establecieron tres indicadores de significación social:

  • Importancia para una comunidad o grupo cultural por ser un hito, marca o distintivo

  • Importancia por ser un punto de referencia para la identidad comunitaria y su sentido de mismidad

  • Fuerte o especial apego de la comunidad derivado del uso o asociación

El marco de la evaluación también desarrolló cada indicador, identificó tipos de lugares probables para cada uno y desarrolló umbrales apropiados para el estudio de los indicadores en un estudio a escala regional. Después del proyecto piloto, un programa de talleres de patrimonio comunitario y el marco de evaluación asociado se recomendaron a las diez regiones -alcanzando así cinco estados- y se habilitó la prueba de todos los elementos para comprobar que el valor social podía considerarse sin lugar a dudas como parte de los valores patrimoniales (Johnston, 1994, Johnston, 2014 pp. 42-44).

Asimismo, el piloto y los proyectos subsecuentes revelaron una gran cantidad de lugares importantes para cada comunidad local, enriqueciendo en gran medida lo que se sabía gracias a estudios previos de patrimonio que habían adoptado un enfoque basado en los expertos. Además, muchos de estos lugares demostraron tener significación social para su comunidad. El salón Bendoc (Gippsland Este, Victoria, Australia), por ejemplo, es un pequeño edificio de madera, muy común de los salones comunitarios construidos en muchas comunidades rurales y alejadas. Data de alrededor de 1925 y se recaudaron fondos en la localidad para poder construirlo. Este salón se convirtió y conservó como un centro importante en la vida de la comunidad, como uno de los dos edificios comunitarios principales en Bendoc, siendo el otro la Iglesia de la Unión.

El salón Bendoc es importante para la comunidad de Bendoc porque es el lugar donde se reúnen y encuentran desde hace muchos años. Su uso longevo continúa hasta ahora (1994) y su papel ha creado un especial apego en la población. La construcción de este salón proporciona una asociación con la comunidad de Bendoc y el aislamiento relativo del pueblo enfatiza la importancia que tiene esta estructura para los habitantes del lugar (Criterio G.1) (Base de datos del patrimonio australiano, 2016).

En algunos estados ha habido variaciones de estos tres indicadores: en Nueva Gales del Sur la frase acuñada fue "lugares que la comunidad tiene en estima" (NSW Heritage Office, 2001, p. 18) y en Queensland, por ejemplo, los indicadores se expresan de la siguiente manera:

  • Importante para la comunidad como hito, marca o distintivo

  • Un lugar que ofrece una valiosa experiencia tradicional

  • Un lugar popular de reuniones o encuentros

  • Asociado con eventos que tienen un efecto profundo en una comunidad o grupo cultural determinado

  • Lugar de rituales o ceremonias

  • Representación simbólica del pasado en el presente

  • Lugar de una función esencial para la comunidad que conlleva un apego especial (Queensland Heritage Council, 2006, pp. 58-60).

Desde entonces se han empleado muchas técnicas para involucrarse con las comunidades en la identificación de los valores sociales, principalmente adaptadas de enfoques etnográficos, participativos y de trabajo en grupo. Algunos de ellas son el caminar por el lugar y volver sobre nuestros pasos, discusiones en pequeños grupos o grupos focales, entrevistas individuales, cuestionarios y el mapeo cultural. Las técnicas en línea se exploran cada vez más, así como los análisis de datos de imágenes y textos creados en una variedad de plataformas de redes sociales.

A menudo, el activismo comunitario desencadena la valoración de la significación social. En 2003, por ejemplo, cuando se propuso retirar un grupo de cabañas Nissen que se habían utilizado como los primeros espacios para alojar a los migrantes recién llegados de 1950 a 1951, un grupo del patrimonio local convocó a una reunión donde se pusieron en evidencia las conexiones comunitarias con esos edificios, ejerciendo una presión lo suficientemente fuerte como para conservarlas. Un estudio posterior iniciado por el Proyecto Migración Patrimonio (Migration Heritage Project), con base local, documentó estas conexiones a través de un programa de investigación histórica y entrevistas a la comunidad (Walker, 2007). Éste causó que se reconociera que tanto las construcciones como su ubicación tenían una "significación social dada por la comunidad de residentes pasados y sus descendientes, quienes poseen sólidos vínculos emocionales con el lugar y siguen viviendo en el distrito de Wollongong". Fue gracias al trabajo del proyecto que se consideró evidente el valor de estas estructuras al demostrarse la estima que se les tenía (NSW State Heritage Register, 2016).

Aunque los talleres con una amplia gama de intereses y representantes de la comunidad siguen siendo una valiosa forma para identificar los lugares importantes a lo largo de una región, el concepto de "grupo de afinidad", -personas que comparten intereses y experiencias- esa ahora comúnmente usado para identificar los valores dentro de comunidades o grupos culturales determinados. La génesis de un proyecto para investigar los valores sociales y estéticos del Valle de Upper Mersey (Tasmania, Australia), un área remota que aparece en la Lista de Patrimonio Mundial por su valor universal excepcional (VUE) natural, surgió de aquellos cuyas actividades y estructuras culturales estaban siendo amenazadas con removerse por considerarse que afectaban dichos valores naturales (Russel, Cubit, Johnston y Hepper, 1998).

Con un miembro de la comunidad trabajando como coinvestigador y tras consultar a una variedad de líderes de la misma, se convocaron a reuniones informales a las que asistieron personas con intereses comunes. Estas "comunidades de interés" se autodefinieron con participantes electos por una persona clave de la comunidad y estuvieron vinculadas con las actividades culturales en riesgo: cacería, pesca, pastoreo de ganado, senderismo, equitación, silvicultura, trabajo de aserradero y construcción de cabañas. Una de las ventajas de este enfoque de grupos de afinidad fue que la familiaridad y camaradería entre los participantes que lo conformaron ayudó a profundizar el compromiso y evitar posibles conflictos.

Cada grupo se reunía en un lugar de su elección, pasaba tiempo reflexionando sobre las áreas que conocían dentro del Valle de Upper Mersey, creando potentes imágenes visuales mediante la narración de historias que transportaban imaginativamente al grupo hacia esos lugares. Se marcaron grandes mapas de la zona para mostrar su percepción acerca de los límites del valle, las áreas que habían usado o seguían usando los participantes, rutas de viaje y otras características conocidas. Un segundo mapa y la discusión colectiva revelaron cuáles lugares eran de mayor relevancia para la identidad de cada comunidad de interés. El proceso también les permitió a los investigadores identificar las expresiones del valor social que cada grupo usaba, creando indicadores de significación más específicos y culturalmente relevantes en vez de meros indicadores estándar. Así se construyó la comprensión de lo que los términos de significación social y estética podrían significar dentro de estas comunidades de interés (Russel y Johnston, 2002, pp. 2-3). De esta forma, los siguientes indicadores o expresiones específicas se extrajeron de las propias palabras de los participantes, a quienes se les ofreció revisarlos antes de aplicarse:

  • Una forma de vida diferente: Un lugar especial más allá de la civilización que no es como tu hogar y que, sin embargo, te da la bienvenida. Es una forma diferente de vivir. Un entorno desafiante: familiar, pero nunca seguro.

  • Símbolos: Lugares que simbolizan lo que esta comunidad significa y por lo que se preocupa.

  • Revivir la historia: Lugares que hacen que la historia cobre vida por aquello que conocemos del pasado y por nuestras propias experiencias en ellos. Algunos lugares evocan a las generaciones de personas que vivieron y trabajaron ahí.

  • Historias y leyendas: Los nombres de los lugares y los lugares en sí mismos ayudan a evocar las historias y leyendas de los individuos y familias, eventos pasados, tragedias y hazañas. Estas historias están escritas en el paisaje para aquellos que saben dónde mirar.

  • Hitos y puntos de referencia: Estos marcan el camino que lleva al Valle de Mersey. Están en el corazón del saber dónde estás e incluso quién eres. Es casi un viaje espiritual.

  • Miradores: Lugares desde los cuales se puede ver más allá para observar tanto la vastedad del paisaje como lo que ocurre en cualquier otra parte.

  • Lugares familiares y favoritos: Sitios que son o han sido parte de nuestras vidas por muchos años; los lugares a los que se regresa una y otra vez.

  • Lugares personales: Sitios que me son especiales y que tal vez nadie más conozca. (Russel y Johnston, 2002, pp. 4-5).

Aunque probablemente no sea un verdadero ejemplo de investigación-acción participativa donde las "comunidades de consulta" son coinvestigadores, liderando la configuración de las preguntas y las acciones por llevarse a cabo, este proyecto fue un paso claro en esa dirección y uno de los pocos ejemplos con una comunidad no indígena.9

Un análisis de los valores sociales y estéticos comunitarios de la ciudad de Broken Hill (Nueva Gales del Sur, Australia) en 2009 estuvo influido por los procedimientos de la evaluación etnográfica rápida (Taplin, Scheld y Low, 2002, p. 80). El proyecto reconoció el desafió de evaluar los valores sociales y estéticos de la comunidad a lo largo de toda la ciudad para la Lista de Patrimonio Nacional, por lo que adoptó dos técnicas de la evaluación etnográfica rápida: la triangulación, que es el uso de múltiples métodos y conjuntos de datos para incrementar la confiabilidad de la información, y la iteración, que es el desarrollo y refinamiento constante de la investigación y obtención de datos. El enfoque incluyó un análisis de la imaginería del arte público, lenguaje de conmemoración pública, una revisión de las fuentes artísticas y literarias, fotografías instantáneas publicadas en línea, la imaginería promocional de la ciudad, entrevistas y, muy importante, un cuestionario en línea dirigido a las comunidades de la ciudad (Johnston, 2016, pp. 28-31).

En Ballarat (Victoria, Australia), otro conjunto de métodos está siendo aplicado. Esta ciudad se ha suscrito para participar en un proyecto piloto internacional del programa Paisajes Urbanos Históricos de la UNESCO, reconociendo que lo que sus comunidades aman de su ciudad va más allá de los edificios y el paisaje urbano que fueron identificados en los estudios de patrimonio realizados en años anteriores y que el cambio y la pérdida eran preocupaciones significativas de la población (City of Ballarat, s. f., Historic urban landscape Ballarat). A través de un proyecto al este de la ciudad, el programa Paisajes Urbanos Históricos se sumó a una iniciativa mucho más temprana de investigar cuáles aspectos del patrimonio cultural eran relevantes para su comunidad (PLACE Inc, 1993).

Usando talleres de mapeo e involucrando artistas en un rol interpretativo y creativo, surgió una síntesis de valores, algunos mapeados en localizaciones concretas y otros expresados mediante texto y poesía. Al comparar los resultados con los estudios previos de patrimonio, se observó un patrón de valores claramente distinto y, una vez más, quedó demostrado cómo un simple proceso permitió descubrir los valores de la comunidad. En la actualidad, la ciudad de Ballarat busca de nuevo utilizar el enfoque del mapeo mediante el uso de una herramienta en línea diseñada ex profeso: una cápsula del tiempo. Al mapear un lugar, la herramienta invita al usuario a compartir imágenes y textos que expresen historias y experiencias para después hacer algunas preguntas sencillas acerca de la importancia del lugar para dicho usuario (City of Ballarat, s. f., Places).

El sitio histórico de Port Arthur (Tasmania, Australia) -ahora parte de los Sitios Australianos de Presidios, inscrito en la Lista de Patrimonio Mundial - es un bien conocido ejemplo de la gestión basada en valores, especialmente gracias al proyecto de valores del Instituto Getty de Conservación (Mason, Myers y de la Torre, 2003). Port Arthur fue una población por un mayor tiempo del que fue una institución penitenciaria y por más tiempo aún fue un destino turístico y un sitio declarado como histórico. Pero fue en 1973, cuando el ayuntamiento local retiró su sede de Port Arthur, que el desplazamiento de la comunidad de su localidad se volvió real; se evitó la ocupación residencial de los edificios y comenzó en serio su transformación en un espacio patrimonial. Mientras que los residentes no fueron muy lejos y muchos conservaron importantes vínculos con el lugar, arrivó una nueva comunidad de especialistas del patrimonio.

Cuando se propuso el Plan de Conservación para Port Arthur, el valor social fue uno de los aspectos de la significación social que necesitaban evaluarse. Dado que Port Arthur había sido declarado sitio histórico en el decenio de 1970 -relativamente pronto en términos australianos-, también se trataba de un lugar donde muchas personas habían adquirido su experiencia laboral, al estarse creando a sí misma la profesión en torno al patrimonio cultural. Por lo tanto, los profesionales del patrimonio fueron identificados como una de las comunidades asociadas. Las otras comunidades asociadas eran una serie de grupos distintos aunque sobrepuestos: australianos, tasmanianos/indígenas tasmanianos, habitantes de la Península de Tasman, aquellos ligados a la tragedia de 1996 y descendientes de reos, militares y oficiales y sus familias, que vivieron en Port Arthur. Un gran terreno por abarcar con la expectativa de valores divergentes potencialmente conflictivo.

Se estableció que la comunidad de profesionales del patrimonio constaba de muchos australianos cuyas vidas profesionales los habían llevado a trabajar, reflexionar y criticar los esfuerzos de conservación del sitio histórico, incluyendo el personal actual y anterior de diversas etapas de gestión, miembros de agencias clave del patrimonio cultural y grupos profesionales, consultores e investigadores que representaban una amplia gama de disciplinas. Mediante un grupo focal, cuestionarios y entrevistas, el equipo consultor pudo apreciar que "los profesionales del patrimonio eran ´dueños' de Port Arthur. Para ellos ha sido y es un terreno de capacitación en patrimonio cultural y un punto focal de las discusiones acerca de la gestión del mismo. Hay opiniones muy fuertes acerca de Port Arthur" (Context Pty Ltd, 1998, p. 30).

En esencia, el Plan de Conservación expresó el valor social para la profesión alrededor del patrimonio con las siguientes palabras: "Port Arthur es un símbolo de las prácticas modernas entorno al patrimonio en Australia; una expresión de cómo nos importa (o cómo no) nuestro patrimonio cultural. Ocupa un lugar importante en la historia de la conservación moderna del patrimonio australiano" (Godden Mackay Logan y Context, 2000). Es interesante cómo no logra capturar el sentido de la conexión emocional que se mencionó más arriba en el informe interno del equipo.

Varios años antes, tras los tiroteos en Port Arthur de 1996 y la protesta por la casi inmediata demolición del café Broad Arrow, el sitio de las veinte muertes, Jane Lennon quedó a cargo de realizar una evaluación urgente de los valores patrimoniales del café. Su trabajo representa uno de los primeros estudios australianos de lo que llamó "valor social negativo" (Lennon, 1998).

El Plan de Conservación definió a esta comunidad como la "comunidad de la tragedia", adoptando el término que los locales usaban para describir el evento para evitar la frase "masacre de Port Arthur", como la llamaban en el continente australiano y haciéndose extensivo al estudio de Lennon y otros escritos. La comunidad de la tragedia se consideraba extensa y probablemente incluía "a prácticamente todos en la Península de Tasman que experimentaron directamente estos eventos, quienes conocían a alguno de los asesinados, heridos o amenazados y quienes continuarían viviendo las consecuencias. Esta comunidad se extendía más allá de la península hacia los muchos tasmanianos que compartían también las mismas conexiones directas con este suceso. Como una piedra que cae en agua quieta, las ondas se extendieron hacia todos los rincones de Australia para tal vez dar una forma nueva a la comprensión y los sentimientos de muchos australianos sobre sus propias experiencias de Port Arthur" (Context Pty Ltd, 1998, p. 29).

El trabajo de Lennon reveló que, previo a la tragedia, el café Broad Arrow tenía menos valor para la comunidad local, ya que antes fue usado como edificio recreativo. La tragedia transformó lo que el café significaba para locales y australianos por igual. Para algunos de los entrevistados, Lennon sugirió que el café Broad Arrow ahora tenía un valor social negativo, ya que se volvió fuente de un "constante recordatorio visual [...] [que] puede detonar sentimientos intensos de depresión e inseguridad". Varios habitantes y miembros de la Autoridad de Gestión del Sitio Histórico de Port Arthur (Port Arthur Historic Site Management Authority o PAHSMA, por sus siglas en inglés) expresaron estos sentimientos y muchos querían que la edificación se demoliera o por lo menos se cubriera. Para otros, estos nuevos y trágicos significados asociados con el café Broad Arrow sugerían lo contrario: la necesidad de conservar la evidencia del edificio.

La declaración de significación que resultó de este trabajo reza así:

El café Broad Arrow posee significación social, principalmente por su valor social como un lugar donde se conmemora a aquellos que fallecieron o fueron heridos en la tragedia. Para los sobrevivientes, amigos, familiares y otros afectados por la tragedia, el lugar se ha vuelto un monumento conmemorativo que evoca los eventos del 28 de abril de 1996 (Lennon, 1998).

La cruz conmemorativa también se volvió un símbolo importante. Un artista local la creó y erigió durante una ceremonia conmemorativa el 20 de mayo de 1996 y durante algunos años sirvió como "un lugar de remembranza para los visitantes que hacían una pausa ahí en sus visitas al sitio histórico y para los amigos y familiares de los fallecidos que colocaban en su base coronas de flores" (Lennon, 1998).

En las entrevistas y grupos focales para la evaluación del valor social llevados a cabo como parte del Plan de Conservación, la cruz conmemorativa fue a menudo tema de conversación. Para algunos, claramente representaba la supervivencia y el inicio de un proceso de sanación, mientras que el café evocaba la brutalidad y la muerte. Para otros, la ubicación del monumento conmemorativo les resultaba problemático. Les parecía una intrusión al núcleo histórico y una distracción del enfoque de los Presidios. En última instancia, sin embargo, la presencia de la cruz conmemorativa en las principales líneas visuales a lo largo de todo el sitio, aunado al reto de responder las preguntas de los visitantes, resultó demasiado doloroso y una noche unas personas no identificadas movieron la cruz a una nueva ubicación dentro del jardín del monumento conmemorativo, donde permanece hasta ahora.

Problemas en la práctica

Después de haber revisado algunos ejemplos seleccionados de cómo está siendo abordado el valor social en las prácticas en torno al patrimonio cultural en Australia y, por consiguiente, habiendo ilustrado lo extenso de su aplicación y algunos de los métodos y técnicas que están siendo utilizados, ¿cuáles son los desafíos que se afrontan hoy en día? Hay tres aspectos clave evidentes: la medida en que el valor social actualmente es abordado en las prácticas alrededor del patrimonio; la relación entre el valor social y un concepto más amplio de valores comunitarios, y la continua molestia de los profesionales con un patrimonio que parece ser demasiado cambiante y todavía desconocido.

¿Marginados y evitados?

Dado que es posible que las prácticas patrimoniales australianas estén marcando las pautas en el ámbito de la evaluación del valor social, es importante preguntarse hasta qué punto este valor es abordado. ¿Se pueden ver cambios en la práctica a lo largo del tiempo? ¿Cuál es la calidad de la investigación que sirve de base para confirmar el valor social? Byrne y otros afirmaron que "en la gran mayoría de las evaluaciones del patrimonio cultural llevadas a cabo en los últimos 30 años, los profesionales del patrimonio han tratado la categoría de lo social como algo desechable por completo" (Byrne y otros, 2003, p. 7). Fredheim y otros (2016) concuerdan y proponen evitar la categoría de "valor social" o "valores comunitarios" en la clasificación de valores, ya que, desde su punto de vista, mientras estos parecen ser "valores de no-expertos, en la práctica, la inclusión de estas categorías ha tendido a separar y marginar estos valores" (en referencia a Byrne y otros, 2003; Waterton, 2010).

Como no ha habido un examen detallado de la dimensión o la calidad de las evaluaciones del valor social en Australia, la mejor evidencia puede obtenerse a partir de las listas del patrimonio y en los documentos guía. Por ejemplo, al revisar la entonces Lista de Patrimonio Nacional (el Registro de Bienes Nacionales), Purdie (1997, p. 32) identificó 350 sitios etiquetados con el criterio del valor social en 1994 (lo cual representa un 3.3 % de todos los sitios de la lista). Notó la rápida acogida del término desde que la Comisión empezó a compilar su registro en 1976, y que el desarrollo activo y la prueba de métodos habían tenido un gran avance (Purdie, 1997, pp. 42-43).

Para el año 2007, cuando fue cerrado el Registro de Bienes Nacionales, una búsqueda similar encontró 711 entradas (un 5.2 % de la lista), con un conteo actual de alrededor de 1051 lugares (un 4.7 %) que mencionaban el valor social como cita en la Base de Datos del Patrimonio Australiano (una compendio de listas de patrimonio nacional que incluye el Registro de Bienes Nacionales). Como demuestra este sencillo conteo, el reconocimiento del valor social parece haber permanecido relativamente estático; sin embargo, el Informe del Estado del Medio Ambiente de 2011 examinó las incorporaciones a los registros de patrimonios estatales en Australia a lo largo de doce meses (2009-10) y observó que el segundo criterio más utilizado era el relacionado con el valor social, con un 27 % de los listados adicionales (Comité del Estado del Medio Ambiente de 2011, 2011, p. 709).10 Esto puede reflejar un incremento en el interés y la seguridad en la evaluación del valor social. La Lista del Patrimonio Nacional -creada hace relativamente poco- también ofrece un panorama más optimista, con un 28 % de los 107 lugares listados haciendo referencia al valor social y con muchas de las evaluaciones demostrando un importante compromiso por parte del gobierno nacional por investigar este aspecto de significación.

Cuando se reafirma el valor social, ¿existe una base sólida de investigación e involucramiento con los poseedores de estos valores, es decir, las comunidades asociadas? Una vez más, la respuesta es sí y no. Como consecuencia de los presupuestos limitados y tal vez las habilidades de los equipos de evaluación, muchos estudios a gran escala sobre patrimonio no se implican en absoluto con las comunidades locales o, de hacerlo, la implicación es muy limitada. En ocasiones, la solución ofrecida consiste en una declaración genérica, como por ejemplo: "el templo tiene significación social para su congregación y la comunidad local". Una afirmación probablemente cierta pero que no ofrece ninguna orientación para cuando se propone un cambio. En su lugar, debemos preguntar cuáles aspectos del templo son de significación social: ¿el edificio entero, su entorno, su función como templo, algunos ritos y celebraciones? Solo entonces estaremos respetando la promesa de la gestión basada en valores.

Patrimonio cultural incómodo

¿Los valores sociales son cambiantes? Y, de serlo, ¿importa? Y si los profesionales del patrimonio no se están implicando con el valor social, ¿por qué no lo están haciendo? Johnston (2014, p. 39) afirma que:

La significación social sigue siendo problemática para algunos profesionales del patrimonio y tomadores de decisiones. El esfuerzo que debe hacerse para entender las relaciones entre las personas y los lugares es visto como una distracción de la conservación "real", el de lo material. Y aún son estas relaciones verdaderamente frágiles y a menudo en riesgo, especialmente a causa del gobierno. Una vez perdidas, pueden ser difíciles de recuperar.

La comodidad y la familiaridad pueden ser factores de igual importancia, con otros métodos establecidos desde hace mucho más tiempo que hacen que los profesionales se sienten mucho más cómodos usándolos (Jones, 2016, p. 4). Es posible que involucrarse con las comunidades signifique que los profesionales del patrimonio teman que su estatus de experto se vea amenazado o que no tengan el dominio necesario para trabajar en este ámbito. En efecto, hay relativamente pocos profesionales del patrimonio con capacitación en ciencias sociales y metodologías participativas. Es por esto que el potencial para cambiar hacia una práctica participativa y colaborativa -la cocreación de entendimientos del valor- parece estar muy fuera del alcance, a pesar de ser el siguiente paso lógico en la formulación de la práctica de la evaluación del valor social (véase p. ej.: Scheld, Taplin y Low, 2014, p. 55).

La percepción de que el valor social es altamente cambiante y "más transitorio" puede ser otra de las razones por las cuales permanece en los márgenes de la práctica (Jones, 2016, p. 4). Este es un tema perenne del valor social y se ha suscitado de forma regular, incluido en el primer documento al respecto de la Comisión Australiana del Patrimonio (Australian Heritage Council, 1988). La idea de que todos los valores del patrimonio son construcciones sociales y pueden cambiar con el tiempo y variar entre diferentes individuos y grupos es fundamental para un entendimiento contemporáneo del patrimonio cultural. Aunque esto cuenta con mucha aceptación en los textos académicos, no es tan ampliamente compartido por quienes están involucrados en la práctica.

En lo que concierne a la pregunta acerca de la mutabilidad de los valores, Fredheim y Khalaf (2016, pp. 472-474) señalan que "tiempo y cambio" no se toman mucho en cuenta en las orientaciones prácticas, citando la Carta de Burra (ICOMOS Australia, 2013) y los Principios de Conservación de English Heritage, como ejemplos de guías internacionalmente bien aceptadas que parecen omitir estos elementos (English Heritage, 2008, p. 470). Al preguntarse cómo se tratarían dos evaluaciones de valores, una llevada a cabo ahora y otra dentro de veinte años, Fredheim y Khalaf (2016, p. 470) sugieren que las evaluaciones deben ser específicas en el tiempo y el contexto y que los procesos de evaluación deben considerar la forma en que una evaluación pasada se relaciona con la que se está realizando en el presente.

En referencia al modelo de valores culturales de Stephenson (2008), afirman que el concepto de valores intrínsecos, en contraste con el de valores superficiales, ofrece una manera de responder a esta pregunta, pues "con el tiempo, los valores superficiales pueden volverse intrínsecos, dándole a las interpretaciones de significación pasadas un papel en el presente" (Fredheim y Khalaf, 2016, p. 472).

Hasta donde tengo conocimiento, no ha habido estudios longitudinales de valores del patrimonio cultural que examinen el grado de cambio en valores identificados a lo largo del tiempo y el enfoque que proponen Fredheim y Khalaf (2016) garantiza la exploración. Existen numerosos ejemplos donde una evaluación previa se ha revisado a la luz de un cambio en las perspectivas culturales. Esto puede verse en el desarrollo de las Declaraciones Retrospectivas de Valor Universal Excepcional para abarcar valores patrimoniales recientemente reconocidos, como lo que está ocurriendo en relación con la Zona de naturaleza salvaje de Tasmania (Australia), -área inscrita en la lista de Patrimonio Mundial-, donde los valores de los indígenas están siendo evaluados por mandato del Comité del Patrimonio Mundial.

¿El valor social reduce el terreno de los valores comunitarios patrimoniales?

¿El valor social abarca todos los valores patrimoniales que puede poseer una comunidad? Johnston (1992, p. 10) opina que el valor social y los significados atribuidos se "suman a otros valores, como la evidencia de aspectos apreciados de la historia o la belleza". No obstante, dado que el criterio relevante es solo uno de dos que incluyen la frase "comunidad o grupo cultural"11, parece plausible que otros valores comunitarios sean ignorados o considerandos irrelevantes, por lo que casi nunca se toman en cuenta en estudios de patrimonio local, por ejemplo.

Byrne y otros (2003, p. 7) buscaron cambiar el paradigma de valores y propusieron que en lugar de ver el valor social como uno de los cuatro valores12, éste debería volverse un valor que abarcara todos, puesto que "todo el proceso del patrimonio cultural se localiza dentro de una sociedad" y los otros tres valores - estético, histórico y científico- solo pueden existir dentro de "sociedad". Su modelo propuesto, empero, no parece incrementar la probabilidad de que las relaciones directas de la comunidad con el lugar obtendrían mayor reconocimiento o respeto (Byrne y otros, 2003, p. 8). Dado que no se adoptó este modelo, la discusión es teórica.

De cierta manera, el acercamiento más sencillo consiste en preguntarse "quién posee qué valores" para cualquier lugar; reconociendo que cada comunidad o grupo cultural puede mantener valores diferenciados y diversos hacia un espacio, al igual que cualquier individuo o grupo de expertos. La frase "significados constituidos localmente" (Jones, 2016, p. 5) ofrece otro camino, reconociendo que los valores y significados se componen de muchos niveles y por una variedad de actores y que quien posee los valores debería formar parte de cualquier análisis de éstos. En Australia, esto se hace para el valor social, pero no para el resto de los valores y es una clara deficiencia en la práctica actual.

Conclusiones

Este texto ha explorado el valor social como parte de las prácticas en torno al patrimonio cultural basada en valores. El valor social continúa siendo:

Fundamental para el patrimonio cultural, como es entendido y vivido por los diversos grupos culturales y comunidades locales de Australia. La evaluación del valor social enfatiza aspectos de las culturas vivas en lugar del tejido histórico muerto, los vínculos entre el ambiente natural y el cultural y la intensa relación de las culturas indígenas con la tierra (Blair, 1994, en Purdie, 2007 p. 32).

El reconocimiento del valor social ha resistido desde su primera promulgación a principios del decenio de 1990, pero aun así su práctica no se ha universalizado. Aún queda resistencia en algunos sectores y una entusiasta acogida en otros. A nivel internacional, el escenario está puesto para una expansión de actividad, probablemente con el avance de los "enfoques centrados a las personas" mediante la UNESCO y el Comité del Patrimonio Mundial. La forma en que Australia concibe el valor social puede parecer atractiva, como mencionan Jones y Leech (2015), pero igualmente otras ideas pueden dar un paso adelante, en especial desde partes del mundo donde los paradigmas europeos del patrimonio cultural son menos dominantes y la inclusión de la comunidad es parte de las políticas públicas.

El desarrollo del valor social como concepto de las prácticas en torno al patrimonio cultural y en el desarrollo de metodologías para documentar y evaluar el valor social de un entorno y el significado que tiene para una comunidad o grupo cultural ha formado parte de la ampliación de la manera de entender el patrimonio cultural. Fue y sigue siendo parte del cambio del discurso patrimonial, desde la noción estrechamente concebida de monumento importante por su material auténtico hasta lo que es ahora un campo extenso para la investigación crítica.

En la conceptualización del valor social, nuevas ideas pudieron expresarse en el terreno de las prácticas patrimoniales y definitivamente se abrió la puerta a nuevas formas de trabajo, extendiendo así la oportunidad de participar a otras disciplinas y habilidades. En Australia, la consideración del valor social está intrínsecamente unida en la Lista del patrimonio nacional y a los planes de gestión asociados, pero esto solo representa un pequeño porcentaje del esfuerzo dedicado a la identificación del patrimonio.

Al final, todos nos beneficiaremos de estos cambios. Esto ayudará a satisfacer el deseo tan humano de reconocimiento, de tener un lugar en el mundo y de mantener esa íntima conversación que cada uno de nosotros tiene con los lugares, historias, prácticas y personas que nos son tan valiosos.