Año 7, número 13, julio-diciembre 2022

 

 

Fiesta y olvido. Revista Amanecer (1948), recodo de la promoción cultural en Chiapas, México

 

Party and forget. Amanecer (1948), twist of cultural promotion in Chiapas, Mexico

 

 

Vladimir González Roblero1

Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, México

Resumen

Hacia finales de la década de 1940 y principios de 1950 apareció en Chiapas, México, un proyecto editorial bajo la política cultural del gobernador Francisco José Grajales. Dicho proyecto se desarrolló en el Ateneo de Ciencias y Artes de Chiapas y el Departamento de Prensa y Turismo, y dio como resultado la publicación de dos productos importantes, aunque de sino distinto: la revista Ateneo y la revista Chiapas. Lo anterior no se puede entender sin mirar sus márgenes. Uno de ellos se ubica en el año 1948, el mismo que, a su término, atestiguó el ascenso de Francisco Grajales al poder. En ese entonces apareció fuera de toda institución la revista Amanecer, la cual fue dirigida por una estudiante de bachillerato, Mercedes Camacho, y tuvo una vida fugaz: nueve números mensuales son la medida de su existencia. En ella encontramos el germen de lo que vendría después: los proyectos editoriales como estrategias de promoción cultural, la formación de intelectuales o élites culturales y la institucionalización del campo del arte y la cultura. Son estos tres ejes los que se anuncian en Amanecer y sugieren el comienzo de una práctica de promoción cultural que pervivió por años en Chiapas.

Palabras clave

Políticas culturales; periodismo cultural; revistas culturales; élites culturales.

Abstract

Towards the end of the 1940s and early 1950s, an editorial project appeared in Chiapas, Mexico under the cultural policy of Governor Francisco Jose Grajales. This project was developed in the Ateneo de Ciencias y Artes de Chiapas and the Department of Press and Tourism, and resulted in the publication of two important products, although of different fate: the Ateneo magazine and the Chiapas magazine. The above cannot be understood without looking at its margins. One of them is located in the year 1948, the same year that, at its end, witnessed the rise of Francisco Grajales to power. At that time, the magazine Amanecer appeared outside every institution, which was directed by a high school student, Mercedes Camacho, and had a fleeting life: nine monthly issues are the measure of its existence. In it we find the germ of what would come later: publishing projects as cultural promotion strategies, the formation of intellectuals or cultural elites and the institutionalization of the field of art and culture. It is these three axes that are announced in Amanecer and suggest the beginning of a practice of cultural promotion that lasted for years in Chiapas.

Keywords

Cultural policies; Cultural journalism; Cultural magazines; Cultural elites.

DOI: https://doi.org/10.32870/cor.a7n13.7413

[Recibido: 14/1/2022; aceptado para su publicación: 24/5/2022]

Introducción

A partir de la década de 1980, al menos en México, comenzó la profesionalización de la promoción cultural. Sucedió, primero, a propuesta de las autoridades educativas federales, quienes capacitaron al magisterio para la realización de actividades culturales en escuelas de educación básica. Después, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes echó a andar un programa de formación de promotores y gestores culturales al impartir cursos y diplomados en distintos lugares del país, actividad que coronó con la fundación de la Dirección de Capacitación Cultural en 2001. Finalmente, en 2003 se fundó la primera Licenciatura en Gestión Cultural en Nayarit (Arreola, 2012 y Molina, 2015) y en 2004 en Chiapas.

Lo anterior supone que, antes de su profesionalización, la práctica de la promoción se realizaba de forma común. Es cierto. Tal vez podemos referir las distintas estrategias del Estado para la construcción de la identidad nacional, cuyo recurso ha sido la cultura. O las actividades del Departamento de Bellas Artes de la Secretaría de Educación Pública y la fundación de las misiones culturales por Vasconcelos, en el año 1921, cuya finalidad era incorporar a campesinos e indígenas al país a través de actividades educativas, culturales y de educación física (Lisbona, 2020, pp. 291-318).

Pero además de lo anterior, la promoción de la cultura también sucedía, como ahora, en los medios de comunicación, en el cine, la radio y la televisión, así como en la prensa, periódicos y revistas. Son importantes estos últimos porque sirvieron de espacio de encuentro para intelectuales, en sentido lato, quienes difundían su propia obra y hacían periodismo cultural (Pérez, 2015 y Zermeño, 2017).

Ahora bien, en el contexto chiapaneco también ha habido prácticas de promoción cultural antes de su profesionalización. Una de ellas se relaciona con la política cultural, cuyo antecedente más visible es el de las décadas de 1940 y 1950. En ese entonces, surge el Ateneo de Ciencias y Artes de Chiapas, con un proyecto editorial propio que se conjugó con el proyecto del Estado. Esta política y proyectos editoriales tenían como intención promover y difundir la cultura (González, 2018).

Posteriormente, el Instituto Chiapaneco de Cultura, fundado en 1987, significó un ejercicio de antropología aplicada. Entre sus estrategias se contaba la promoción de la cultura a través de actividades artísticas y culturales, pero, sobre todo, mediante la promoción de la investigación y su consecuente publicación como parte del proyecto editorial del instituto (Fábregas, 2015).

De lo anterior, quiero destacar que una de las formas de llevar a cabo la labor cultural antes y durante su profesionalización ha sido a través de la actividad editorial y del periodismo. Lo ha sido en general en México, cuando los intelectuales se reunieron alrededor de revistas literarias y en ellas discutieron el proyecto de nación, además de publicar obra artística; y lo ha sido en Chiapas, pues un fenómeno similar ha ocurrido desde la revista Amanecer, fundada en 1948, y que persistió hasta la década de 1980.

La aparición de revistas culturales constituye una práctica de promoción de la cultura. Es necesario situar la idea de campo y de prácticas, lo que permitirá comprender mejor de qué modo la revista Amanecer marca el comienzo de una estrategia para promover la cultura en Chiapas, así como las implicaciones que ha tenido a lo largo de la historia reciente del sureño estado mexicano.

 

Campo intelectual

Al referirse al arte, George Dickie (2005) sugiere dos maneras de comprenderlo. La primera de ellas -dice- se aborda desde la filosofía y constituye en sí misma una corriente estética. La segunda es la vertiente histórico-social, que considera al arte como un entramado de relaciones, como una institución donde participan distintos agentes que posibilitan la obra. Es el llamado “mundo del arte” (Dickie, 2005, pp. 42-43). Se “trata de situar a la obra de arte dentro de una red múltiple de mayor complejidad” (Dickie, 2005, p. 17) donde existen personas con distintos roles que forman una estructura.

La segunda manera de entender al arte seguramente se basa en la teoría de los campos de Pierre Bourdieu. Quisiera detenerme de manera breve en ella para situar la discusión respecto al papel de los intelectuales y de sus prácticas para la promoción de la cultura. Dicha teoría señala que hay un campo intelectual que debe ser entendido como cualquier otro campo social. En el campo existen agentes a quienes se les puede examinar mediante sus prácticas. Estos agentes son los científicos, académicos, artistas, críticos, coleccionistas, promotores y periodistas culturales, entre otros.

Para Bourdieu (en Gutiérrez, 2005, p. 31) el campo significa “espacios de juego históricamente constituidos con sus instituciones específicas y sus leyes de funcionamiento propias”. Los campos son espacios estructurados de posiciones o puestos que se caracterizan por contar con leyes generales y propiedades específicas; cuentan con agentes que están dispuestos a jugar, por lo tanto, siempre hay algo en juego; además, dichos agentes deben tener un habitus, “un cúmulo de técnicas, de referencias, un conjunto de creencias” (Bourdieu, 2002, p. 120) que les permite actuar dentro del campo.

“La estructura del campo es un estado de la relación de fuerzas entre los agentes o las instituciones que intervienen en la lucha” (Bourdieu, 2002, p. 120). Cada agente dentro del campo ocupa una posición que trata de conservar a través del monopolio como estrategia, o de subvertir, como en el caso de los agentes más jóvenes. Dichas estrategias, de conservación o subversión, son ejemplos de prácticas dentro del campo. Podemos entender el concepto de práctica como: “[…] estrategias implementadas por los agentes sociales –sin ser necesariamente conscientes de ello–, en defensa de sus intereses ligados a la posición que ocupan (por relación con su capital acumulado) en el campo que es objeto de análisis” (Gutiérrez, 2005, p. 101).

He descrito en términos generales la idea de campo social y de práctica. Pero, como menciona Bourdieu, además de las leyes generales, los campos tienen propiedades específicas. Con esto quiero referirme a la particularidad del campo intelectual. No me detendré en el debate en torno a qué es un intelectual y su rol social, pues cada una de las formas de concebirlo obedece a contextos históricos. Sin embargo, retomo lo que plantea Bourdieu (2002) respecto al campo intelectual como productor de bienes simbólicos, o como señala Traverso (2014, pp. 18-19), “un productor de conocimiento y creador de ideas”.

El campo intelectual está integrado por “un conjunto de agentes: artistas, críticos, intermediarios entre el artista y el público, como los editores, los comerciantes en cuadros o los periodistas encargados de apreciar inmediatamente las obras y darlas a conocer al público” (Bourdieu, 2002, p. 25). A esta lista, que se reduce al mundo del arte, y no creo que deba ser así, habría que agregar a los académicos y científicos como productores de conocimiento, quienes, como sabemos, han participado en el debate público a través de los medios de comunicación y otros espacios.2

Así, el campo intelectual tiene propiedades específicas. Quiero señalar dos de ellas. La primera es la que Bourdieu llama “concentración”. Con base en el contexto francés, se refiere a la tendencia de los intelectuales a reunirse o concentrarse en lugares concretos: en las ciudades, en los cafés. El campo proyecta una imagen de integración, “un sistema de actitudes interdependientes” (Bourdieu, 2002, p. 52). Pienso en las revistas como lugar de reunión, un espacio que conjunta las voces y que cumple la función de instrumentar una identificación recíproca.

La otra propiedad del campo intelectual es la institución. Es el espacio que garantiza que los actores del campo se sientan plenamente identificados con las reglas del juego (Bourdieu, 2002, p. 54). Este es un espacio pedagógico y podrá referirse tanto al espacio educativo universitario como a los que surgen en sus márgenes, como las academias o los talleres. De esta manera, son estos espacios los encargados de satisfacer las expectativas del campo, además de reclutar y formar a quienes han de reproducir al campo mismo.

La importancia de ambas propiedades del campo intelectual es que gracias a ellas la regla de producción y difusión de los bienes creados es posible, pues es en la institución educativa donde se anida y refina el conocimiento y es en las revistas, como espacio de encuentro, donde se extiende al resto de la sociedad.

Finalmente son las revistas y los espacios educativos los que ayudan a identificar la conformación del campo intelectual chiapaneco desde la década de 1950, espacios donde ocurren prácticas de la promoción cultural y señalan sus hondas implicaciones en la cultura local, como veremos a continuación.

Amanecer, revista mensual ilustrada

Mercedes Camacho rememoró muchos años más tarde el día en que apareció la revista, al escribir su último artículo editorial:

Era el día primero de mayo de 1948 cuando vi culminados mis anhelos de ser directora de un órgano periodístico que cubriera una necesidad de mi amado Tuxtla; por fin oía a los niños gritones que salían de mi oficina, en la que también estaba mi hogar: ¡Amanecer! ¡Compre su nueva revista! ¡Amanecer! ¡Veinte centavos el ejemplar! Me llené de gozo, había triunfado (Camacho, 1 de septiembre de 2003).

Habían transcurrido 55 años desde que vio la luz el último número de la revista que fundó en Tuxtla Gutiérrez (Chiapas, México) junto a algunos periodistas y escritores reconocidos de la década de 1940, como Armando Duvalier, Eduardo J. Albores o Eliseo Mellanes Castellanos. Entonces era una jovencita de 19 años, estudiante del bachillerato en Medicina.

La revista, en realidad, tuvo una vida fugaz. Solamente un año y nueve números. Tampoco es de extrañarse. El mismo sino tuvieron otras revistas más ambiciosas y con una nómina más robusta. Por ejemplo, las revistas Chiapas y Ateneo, a las que volveré más adelante, duraron poco, casi un período gubernamental que para entonces era de cuatro años.

La revista Amanecer publicó nueve números mensuales sin especificar su tiraje. La suscripción anual costaba $2.50, la mensual $1.50 y el número suelto valía $.20 centavos. El primero ejemplar apareció el 1 de mayo de 1948; el último, en enero de 1949. En 2003, cabe señalar, se tiró el número 10, del que se había diseñado ya la portada justo cuando la revista despareció.3 Pero las firmas de este número son muy recientes, ninguna de la década de 1940.4

El subtítulo de Amanecer era “Revista mensual ilustrada”. Sin embargo, en interiores, en un recuadro muy menor, primero se definió como “Revista de la vida intelectual y artística de Chiapas”, después como “Revista de arte y cultura” y finalmente como “Revista de la vida cultural de Chiapas”.

El cuerpo directivo de la revista aseguraba su pretensión de hacer periodismo cultural, promover y difundir actividades artísticas entre los tuxtlecos. Estaba conformado por Eliseo Mellanes (como jefe de redacción) y por Eduardo J. Albores (como jefe de circulación), quienes eran reconocidos en el ámbito cultural de la localidad y después fueron integrantes de grupos culturales, como el Ateneo, que instauraron prácticas editoriales y de promoción cultural en Chiapas.

Junto a ellos estaban viejos y jóvenes participantes de la vida cultural tuxtleca. Algunos profesores y otros estudiantes del Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas (ICACH), fundado apenas tres años antes. Otros artistas de la Escuela de Artes Plásticas de Chiapas, también recién creada, cuyo director, Jorge Olvera, figuraba entre la lista de colaboradores.

Ese grupo de intelectuales y artistas proyectaban una imagen de la realidad cultural de Tuxtla. Lo hacían a través de dos secciones fijas. La primera de ellas era Editorial, firmada por Mercedes Camacho. La joven periodista presentaba el número de la revista, reflexionaba sobre temas artísticos y culturales, presentaba sus puntos de vista respecto a la vida política de Chiapas, que entonces coincidía con el ascenso al poder de Francisco J. Grajales, quien los próximos cuatro años se caracterizó por impulsar una política cultural carismática.

La otra sección fija se llamaba Notas dispersas. La firma correspondía a Eliseo Mellanes. Esta sección era una columna informativa y opinativa. Mellanes se tomaba tiempo para enjuiciar la vida política de Chiapas, sus vaivenes y circunstancias. También saludaba a los políticos de entonces, así como a las mujeres y hombres prominentes del terruño, algunos de ellos con residencia en la ciudad de México.5 Además, anunciaba y reseñaba acontecimientos artísticos y culturales, concursos literarios, como los juegos florales y exposiciones, sin dejar de opinar de cada uno de ellos.

El resto de la revista se sostenía con colaboraciones de autores locales, y algunos de otras partes del país. Aunque explícitamente no se agrupaban por secciones, es posible pensarlas de ese modo. Había un conjunto de textos periodísticos, generalmente artículos de opinión y entrevistas, que aparecían en la primera parte de la revista. En ellos se abordaban temas de interés cultural y artístico, principalmente, y algunas veces de orden político e incluso deportivo.

Otra parte de la revista, la segunda, agrupaba a un conjunto de textos y obra artística. Generalmente publicaba poemas, cuentos, relatos y ensayos. Los firmaban autores como Jorge Sabines (sí, el hermano de Jaime) o Jorge Vicman, así como escritoras jóvenes como María Luisa de Esperón o Carolina Franco. Además de estas secciones, las formales y no formales, también se publicaron columnas de una sola ocasión.

Junto a la obra literaria también había obra gráfica. Recientemente se había fundado la Escuela de Artes Plásticas de Chiapas, a la que asistía el joven artista Franco Lázaro Gómez. Oriundo de Chiapa de Corzo, Lázaro era un frecuente colaborador en la prensa local hasta su muerte, ocurrida un año después del primer número de Amanecer, en 1949, durante las expediciones realizadas a las ruinas de Bonampak, ciudad maya apenas descubierta.6

Además de sus grabados, con frecuencia se publicaba la obra de otro grabador, Isauro Solís, también estudiante de Artes Plásticas, quien destacó junto a Máximo Prado, Héctor Ventura y Ramiro Jiménez, entre otros grabadores de su generación (Nandayapa, 2015, p. 244). Todos ellos llegaron a tener un reconocimiento regional. La obra artística gráfica se completaba con los dibujos e ilustraciones de Humberto Gallegos Sobrino, periodista que al mismo tiempo fundaba el periódico El Faraón y que murió asesinado 40 años después durante el gobierno de Patrocinio González Garrido (Martínez, 24 de septiembre de 2018).

También había lugar para la obra fotográfica, rayana en las secciones de sociales, la cual registró algunas tertulias literarias, reuniones de amigos o bien “engalanaba” las páginas con fotografías de señoritas de la época.7 Además, otras fotografías servían de registro de monumentos o edificios, piezas arqueológicas y de la vida cotidiana. Junto a ellas, la portada de la revista retrataba a personajes menudos e importantes. Por ejemplo, en varios números, la portada registró escenas de las costumbres y tradiciones de Chiapas, de sus pueblos originarios y de sus integrantes. En otros, a personajes de la vida intelectual y artística, como el número dedicado al poeta Rodulfo Figueroa con motivo del aniversario de su natalicio.

La fiesta, el olvido

Una tarde, los integrantes de la revista se reunieron en la casa de Armando Duvalier, quien era considerado el hermano mayor de jóvenes escritores, que publicaban su obra literaria y periodística en Amanecer.8 El motivo de la reunión era celebrar a Mercedes Camacho.

Al festejo asistieron “los señores Romeo Zebadúa, Tomás Martínez, Eliseo Mellanes, Humberto Gallegos, Eduardo Albores, Jorge Tovar, Armando Duvalier, redactores y colaboradores de la revista Amanecer”,9 quienes convivieron alrededor de una pequeña mesa, sentados en sillas, y en medio, en un sillón, Mercedes Camacho. La relevancia de la fiesta son sus asistentes. La única mujer era la joven directora de Amanecer (ver fotografía).

Fotografía. Equipo de redacción de la revista Amanecer durante el convivio en honor a Mercedes Camacho

Fuente: Amanecer, 1 de junio de 1948, (2), p. 13.

El reconocimiento a Mercedes Camacho era por ser la primer mujer periodista en dirigir una revista cultural.10 Es cierto. Sin embargo, la historia ya había registrado a otra mujer dirigiendo una publicación periódica. Se trata de Fidelia Brindis, quien en el lejano año de 1919 fundó El altruista junto a otras “figuras del feminismo histórico de Chiapas”, como Florinda Lazos y Sofía Calderón (Jiménez, 22 de junio de 2020).

Un orador en la tertulia se había referido a Mercedes como “una flor de feminidad y una estrellita que ya comienza a brillar con luz de primera magnitud en el pequeño cosmos de nuestras inquietudes literarias” (Mellanes, 1 de junio de 1948, p. 11).

El propio Eliseo Mellanes agregaba: “Efectivamente, Mercedes Camacho ha logrado destacar tanto en el mundo estudiantil (cursa el cuarto año del bachillerato de Medicina) como en el campo de las actividades periodísticas, ocupando actualmente la secretaría de Acción Femenil de la Asociación de Periodistas Chiapanecos” (Mellanes, 1 de junio de 1948, p. 11).

En la revista también figuraban otras autoras, pero no aparecen en los convivios, ni en este ni en los que después se realizarían para festejar a Duvalier o al mismo Sabines. En esa misma época despuntaba otra joven, Rosario Castellanos. Ya había publicado varios poemas en periódicos de su natal Comitán y de Tuxtla.11 En ellos vislumbra el torrente poético que vendría después, en la siguiente década, incluso con aportaciones a la revista Ateneo que vería la luz en 1951. Pero Rosario no formaba parte de Amanecer, aunque también se ganó el reconocimiento de la élite cultural aglutinada alrededor de proyectos editoriales.

La revista Amanecer llevó en el nombre su destino. Fue uno de los primeros proyectos editoriales y periodísticos -el amanecer- que reunió a la élite cultural de entonces. Es cierto que la prensa diaria había alcanzado ya cierta madurez. A partir de 1947 se consolidó el diarismo en abandono del periodismo institucional (Martínez, 2004). Los periódicos que antecedieron no todos fueron publicaciones diarias. Además, subsistían gracias a las subvenciones gubernamentales. Gran parte de ellos se habían convertido en “publicaciones electorales”, un jugoso negocio. La información que predominaba era política e incluso páginas deportivas (Martínez, 2004, p. 288).

El periodismo cultural también se ejercía, pero de manera discreta. Durante la década de 1940 varios intelectuales (escritores) participaron de cierta manera en este ambiente. Lo hizo Eliseo Mellanes, quien en 1941 dirigió el periódico Antorcha, donde se publicaba la columna Chiapas literario; Armando Duvalier era el director del periódico Chiapas; Carlos Ruiseñor Esquinca escribió en El Faraón junto a Humberto Gallegos; también escribían en los periódicos Santiago Serrano, Jaime Sabines y Rosario Castellanos, poetas todos; el periódico Avance, editado en San Cristóbal, tenía algún artículo perdido sobre las artes (Gallegos, 25 de enero de 1946, p. 3); El Cosmopolita publicaba algún poema suelto (Nicolás, 23 de septiembre de 1936, p. 2); el periódico Alma Infantil publicaba textos informativos y literarios de la comunidad de la escuela primaria “Camilo Pintado”.

Era periodismo cultural, pero se eclipsaba frente a la información política. Podemos contar a los periódicos culturales con los dedos de una mano. Uno de los pocos que se acercaba a tal pretensión tenía años de haber desparecido. Uno se llamó El clavel rojo, que se publicó entre 1901 y 1904 en Comitán.12 Se definía como el “periódico quincenal de variedades”.13 Dirigido por Gustavo Culebro, El clavel rojo es considerado un periódico “literario” (Martínez, 2004, p. 157) que también relataba la cotidianidad de Comitán. Al desparecer, en la misma Balún Canán surgió en 1904 otro periódico similar: El chiquitín, editado por Jesús María Figueroa.

La élite cultural estaba dispersa, al menos eso aparentaban en la prensa. Dirigían y escribían en distintos periódicos en la década de los cuarenta. La mesa de Armando Duvalier los había reunido alrededor de Mercedes Camacho Calvo y de la revista Amanecer. Con ello aseguraban una práctica editorial que persistió por lo menos durante 40 años.

En Tuxtla Gutiérrez los intelectuales solían reunirse en tertulias, lecturas poéticas, certámenes literarios y celebraciones en torno a acontecimientos culturales. En la década de 1940 encontraron otro modo de reunirse. Fue alrededor de proyectos editoriales cuya manifestación culminaba en las publicaciones periódicas. En 1942 apareció el periódico El Estudiante, editado en la Escuela Preparatoria y Normal del Estado, que tres años después se integraría al naciente Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas. Este periódico, fundado por Jesús Agripino Gutiérrez y cuya vida fue de catorce años, fue el espacio para el debut en las letras de poetas como “(Enoch) Cancino Casahonda, Jaime Sabines, Daniel Robles Sasso, Juan Bañuelos, Óscar Oliva, Eraclio Zepeda…” (Cortés, 2006, pp. 122-123). En él, además de Agripino y los antes mencionados, también publicaron Eliseo Mellanes y alguna vez la propia Mercedes Camacho.

Volvamos a la fiesta. Los asistentes a la casa de Duvalier fueron quienes impulsaron años después las revistas culturales Chiapas y Ateneo en la década de 1950, e ICACH a partir de los sesenta. Ellos mismos, junto a otros intelectuales ya consolidados, brindaron sus plumas, su creatividad en estas revistas. Duvalier, Mellanes, Albores y un ausente en la fotografía, Jesús Agripino Gutiérrez, por lo menos, participaron en cada una de ellas.14

Los cuatro fueron los jinetes de la promoción y el periodismo cultural de Chiapas a lo largo de 40 años. Al inicio, como hemos visto, fundaron y dirigieron Amanecer junto a Mercedes Camacho. Años antes habían tutelado a los jóvenes de El Estudiante. Pero sucedió algo en 1948, hacia finales del año, que aseguró su presencia a lo largo del tiempo. Un general con vena artística, descendiente del autor del Himno a Chiapas, llegó al poder. Se trata de Francisco José Grajales Godoy.

El período de gobierno de Grajales Godoy se caracterizó por impulsar una política cultural carismática (González, 2015). Quizá lo más recordado en la historia de bronce local sea la fundación del Ateneo de Ciencias y Artes de Chiapas. Allí se reunieron los intelectuales del estado. El Ateneo surgió y se mantuvo algunos años gracias al impulso de Grajales. Además, en el mismo cuatrienio se fundó el Departamento de Prensa y Turismo que se encargó de realizar la promoción cultural oficial, y se compró una imprenta con la que desarrollaron una importante labor editorial.

Podría pensar que el advenimiento de Grajales supondría la continuidad de Amanecer, pero no fue así. En diciembre de 1948 Mercedes Camacho dedicó su artículo editorial al acontecimiento político más importante. Saludó al general Grajales, auguró “una etapa de franco ascenso cultural”, pues el nuevo gobernador “se dedicó a la paciente y ardua labor de ir palpando la opinión de los diferentes sectores sociales”, entre ellos el cultural, y remató: “Por eso el cuerpo de redacción de Amanecer se une al júbilo popular y saluda a su nuevo gobernante” (Camacho, 1 de diciembre de 1948, pp. 1 y 3).

Al terminar las fiestas decembrinas, en enero de 1949, se publicó el último número de la revista, habiendo dejado solamente diseñada la portada del siguiente que vio la luz 55 años después. ¿Qué pasó? No es posible saberlo de momento. Lo único cierto es que ese mismo año, en mayo, se fundó la revista Chiapas, editada por la Dirección de Prensa y Turismo, cuyo titular era Jesús Agripino Gutiérrez. Armando Duvalier fue designado director de la revista y Eliseo Mellanes, el redactor. Eduardo J. Albores colaboró en varios números.

Como lo mencioné, la revista Chiapas nació con la finalidad de promover el turismo de estas tierras, mediante artículos sobre el patrimonio cultural y natural (González, 2015). Además, dio voz a los intelectuales y artistas, algunos de ellos también habían publicado en Amanecer, como Mariano Penagos, Jorge T. Arai o Tomás Martínez.

La revista Chiapas concluyó al mismo tiempo que el gobierno de Grajales en 1952. Pero un año antes, el grupo de intelectuales que en 1948 habían fundado el Ateneo, publicaron el primer número de su revista: figura Rómulo Calzada como fundador, funcionario de gobierno y enlace con la élite cultural. Volvieron a aparecer Gutiérrez, Duvalier, Mellanes y Albores, quienes participaron en el número inicial: Jesús Agripino fue el subdirector; Armando Duvalier y Eduardo Albores, los redactores; Eliseo Mellanes, el formador. La revista Ateneo se mantuvo durante el gobierno de Grajales, pero no logró subsistir al sexenio de Efraín Aranda Osorio, su sucesor. Se volvió intermitente y concluyó con un séptimo y último número en 1957.

Los intelectuales que había transitado por las revistas Amanecer, Chiapas y Ateneo no se quedaron de brazos cruzados. El Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas fue la casa que les dio cobijo. En 1959 fundaron la revista ICACH, su órgano de divulgación cultural. Se ha atribuido tal gesto a Eduardo J. Albores, director de la revista junto a Andrés Fábregas Roca. Albores era catedrático en el ICACH, lo mismo que Jesús Agripino Gutiérrez,15 quien colaboró por largos años en ella al lado de Armando Duvalier y Eliseo Mellanes.16

La revista ICACH se publicó hasta 1988 en tres épocas. En ellas estuvieron presentes estos jinetes. Albores, Duvalier y Mellanes en todas sus épocas; Jesús Agripino Gutiérrez (murió en 1977) solo en la primera.

Durante estos años, los cuatro personajes realizaron actividades de promoción cultural a través de proyectos editoriales, al fundar, dirigir y escribir en revistas culturales. La revista fundada por Mercedes Camacho duró un breve momento, el amanecer de una práctica que se ha mantenido a lo largo de los años, se ha transformado y ha querido volver a su estado original.17 Su camino rápido tomó otro sendero en el campo del arte y la cultura. Escribió novela y cuento, también siguió ejerciendo el periodismo. Pero el grupo de intelectuales se olvidó de ella. No volvió a firmar ni figurar en las revistas culturales que vinieron después. Murió en 2010 (Interiano, 25 de agosto de 2010, p. 4).

Revistas culturales, lugar de élites

Como se ha visto, la revista Amanecer significó un ensayo de una práctica de promoción cultural a través de proyectos editoriales, la cual perduró durante 40 años. Primero fuera de los márgenes de la institucionalidad, al no adscribirse a ninguna institución gubernamental o académica; después dentro de las instituciones.

Amanecer anticipó la aparición de la revista Chiapas, que perteneció al Departamento de Prensa y Turismo del Estado; después siguió la revista Ateneo, cuyo grupo editor no estuvo integrado a alguna institución gubernamental, sin embargo, tuvieron como mecenas al gobernador Grajales;18 finalmente la revista ICACH, órgano de difusión del Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas hasta 1988. Las revistas muestran la densidad del campo intelectual y su aglutinamiento alrededor de espacios de encuentro.

Esta práctica prefiguró la aparición de revistas científicas y culturales en la década de 1990. Por ejemplo, el Instituto Chiapaneco de Cultura, fundado en 1987, editó una publicación periódica a partir de 1990 llamada Anuario de investigación y cultura. Para entonces, la promoción cultural oficial recaía en dicho instituto, y debido a la formación antropológica y científica de sus dirigentes, esta actividad se orientó hacia lo que se consideró un ejercicio de antropología aplicada (Fábregas, 2015).

El Anuario concluyó hacia la década de 2010 en la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (Unicach). Esto último es significativo pues es en los espacios académicos donde se recoge la experiencia editorial descrita en párrafos anteriores. Así nacen además el Anuario de la Universidad Autónoma de Chiapas, la revista Pueblos y Fronteras del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur (Cimsur-UNAM),19 y posteriormente, ya en el siglo XXI, las revistas Artes y Liminar de la Unicach.

Esta práctica también aseguró la formación de una élite cultural. Fue una estrategia de conservación. Como hemos visto, en los 40 años estuvieron presentes cuatro intelectuales: Armando Duvalier, Jesús Agripino Gutiérrez (hasta 1977), Eduardo Albores y Eliseo Mellanes. Es notorio que los mismos nombres estuvieran ligados de uno u otro modo a las revistas culturales y a las instituciones educativas. No es desproporcionado decir que asumieron una actitud heroica o caudillesca, en el sentido de que fueron ellos quienes guiaron una práctica de promoción cultural mediante proyectos editoriales, y quienes orientaron el desarrollo de instituciones de educación superior, como el Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas. De hecho, algunos espacios del campus de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas han sido bautizados con sus nombres.

Otros intelectuales los acompañaron, pero crecieron a su sombra. Algunos se fueron muriendo y otros emergieron. Promover el arte y la cultura a través de publicaciones significó la convivencia de generaciones (Trejo, 2016) y aseguró la homogeneidad de las élites en el contexto local. Así, mientras cada vez era menor la participación de quienes iniciaron las revistas culturales en la década de 1940, la obra de otros investigadores y artistas emergentes comenzó a ocupar los vacíos. Algunos de los que comenzaron a publicar en la tercera época de ICACH, y cuyas firmas aparecieron junto a las de Albores, Duvalier y Mellanes, son quienes dominan el panorama científico y cultural de la actualidad.20

Las revistas culturales muestran la delimitación y la autonomía aparente del campo del arte y la cultura. Sus límites nos invitan a mirar al interior del gobierno chiapaneco y la distribución de sus tareas. Las actividades de promoción de la cultura se realizaban a través del Departamento de Prensa y Turismo. Se promovían las expresiones artísticas y el patrimonio cultural como recurso turístico. La organización del campo del arte y la cultura estaba en manos del estado y también de los intelectuales a través de su actividad periodística.

Desde el siglo XIX la prensa publicaba poesía, pero no era la norma. Fue una prensa opinativa cuya función era construir significado respecto a la conformación política de los Estados emergentes. Es hasta inicios del siglo XX cuando el arte y la cultura ocupan lugares mayores en las planas de los periódicos. En ese entonces, en Chiapas aparecieron los “periódicos de variedades”, antecedente del periodismo cultural moderno.

Estas publicaciones dieron lugar a información distinta. Mucha era de tipo cultural. Con el paso de los años, el arte y la cultura recibieron un tratamiento periodístico no preponderante en la prensa, hasta la aparición de las revistas culturales como Amanecer. El ámbito de la cultura se visibilizó y se representó en ellas. Así observamos su autonomía respecto a los demás campos. Mucho tuvo que ver en ese entonces la política cultural. En 1941, durante el gobierno de Rafael Pascacio Gamboa, surgió el primer Ateneo; en 1943 el periódico cultural El Estudiante y en 1948 Amanecer. Justo ese año se activó una política que favoreció al periodismo cultural en formato de revistas, que se sostuvo hasta los años ochenta. Desde entonces observamos la representación exclusiva del campo cultural en la prensa, así como sus reconfiguraciones.

Ahora bien, es notoria una autonomía respecto a los demás campos, a excepción del poder político. Como lo ha dicho Bourdieu, los intelectuales constituyen la fracción dominada de la clase dominante. A lo largo del tiempo, filósofos, artistas, científicos y académicos, escritores, han estado sujetos a los vaivenes del poder establecido. En Europa, por ejemplo, los intelectuales en algún momento se ceñían a la Iglesia, después a la aristocracia y a sus gustos estéticos. Posteriormente se independizaron de ellos. Así sucedió la autonomía del campo intelectual. Este mismo fenómeno puede también observarse con sus particularidades en América (Zermeño, 2017).

Al desligarse del poder eclesiástico y aristocrático, se comenzó a hablar de la autonomía del campo intelectual y artístico. Sin embargo, en el siglo XX hemos conocido agentes legitimadores del saber (Lyotard, 1987). El Estado uno de ellos. Las políticas públicas culturales marcan la pauta del desarrollo del campo. En el contexto de la revista Amanecer, y de las que inmediatamente le sucedieron, se diseñó una política cultural carismática. Esto implicó la cooptación de los intelectuales por el poder político. En vez de discutir los rumbos y acciones del poder público, los intelectuales (artistas, historiadores, escritores, periodistas, científicos sociales) se ensimismaron en su obra, acusando cierto diletantismo. El comentario político, cuando lo hubo, fue complaciente con el poder instituido.21

Reflexiones finales

En Chiapas es común situar los acontecimientos de las décadas de 1940 en adelante como un hito deseable en la historia de su cultura. El hecho más importante es la aparición del Ateneo de Ciencias y Artes, porque en él se reunió a la intelectualidad con el apoyo del gobierno y el diseño de una política cultural carismática que les favoreció. No niego la importancia del Ateneo, ni su torrente artístico y cultural, ni su impronta en la historia regional. El análisis de la revista Amanecer, del periodismo como práctica de la promoción de la cultura, muestra el camino que ha seguido el campo del arte y la cultura. También sugiere su envés: un ámbito cerrado, vertical, que favoreció caudillismos, y cuyas prácticas aseguraron su continuidad.

Es cierto, la revista Amanecer constituyó un recodo, una vuelta de tuerca, porque mostró una ruta nunca antes vista, o al menos poco explorada, para la promoción cultural: la fundación de revistas culturales, a la postre importantes para la historia de Chiapas. Pero implicó a su vez el afianzamiento de una élite cultural, la intelectualidad, que se anquilosó y por 40 años no supo hallar otro camino. Esto implicó la recurrencia a prácticas, para nada exclusivas de esta región de México, como someterse al Estado, así como anidarse en las instituciones gubernamentales y de educación superior.

Este campo privilegió las voces de hombres que dominaron la escena, dejando de lado a jóvenes mujeres. El caso de la revista Amanecer nos conduce a preguntarnos por qué su directora no creció igual que los demás, a pesar de festejarle ser la primera mujer en asumir la dirección de un proyecto editorial. Tampoco lo hicieron otras jóvenes mujeres que participaban en la revista, como Cristina Reyes Anaya, Carmen Vilchis, Eloísa Gordillo, Carolina Franco, María Luisa de Esperón y Gloria Grajales. “Nos daba pena enfrentarnos a la crítica”, escribió al respecto alguna vez Mercedes Camacho. Los estudiosos del feminismo y de las juventudes podrán ofrecernos alguna reflexión al respecto.

La promoción de la cultura encontró una de sus formas en el periodismo cultural. Las revistas muestran de qué manera esta práctica afianzó una élite. ¿Qué pasaba con la prensa diaria? ¿De qué otras formas se realiza esta labor en los medios de comunicación, como la radio y la televisión? Considero necesario analizar estrategias de imaginación social, es decir, aquellas distintas al periodismo cultural y a sus hacedores.

La revista Amanecer señala el comienzo de un periodismo cultural realizado por la intelectualidad que culmina hasta la revista ICACH en la década de 1980. Esta misma década vio irrumpir a las culturas juveniles (aunque Amanecer fue una revista hecha por jóvenes) y sus propias formas de expresión. Una de ellas, en el ámbito de las prácticas editoriales, fueron los fanzines. ¿Es posible que se haya cerrado una frase narrativa entonces?

Lo cierto es que estas prácticas editoriales son formas de promover la cultura, una manera de celebrarla, de visibilizarla, lo que al mismo tiempo implica voces silenciadas que, seguramente, encuentran otros espacios donde estar.

Referencias

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CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO

González Roblero, V. (2022). Fiesta y olvido. Revista Amanecer (1948), recodo de la promoción cultural en Chiapas, México. Córima, Revista de Investigación en Gestión Cultural, 7(13). https://doi.org/10.32870/cor.a7n13.7413

1 Es profesor investigador de la Facultad de Artes de la Universidad de Ciencia y Artes de Chiapas, México. Investiga sobre historia y literatura, políticas y periodismo cultural. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores nivel 2. Correo electrónico: vlatido@gmail.com

2 Zermeño señala que los académicos y artistas que no participan en los medios masivos no son técnicamente intelectuales, sino “intelligentsia o masa crítica” (2017, p. 312).

3 Según se informa en el compendio facsimilar de Amanecer, León de la Rosa Editores, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 2003.

4 Aparecen firmas de la década de 2000, salvo una carta enviada por Corazón de Jesús Borraz a Mercedes Camacho, respecto a la invención de la marimba de doble teclado.

5 Por ejemplo, dedicó un comentario a Andrés Serra Rojas (Mellanes, 1 de diciembre de 1948, p. 14).

6 La obra de Franco Lázaro siguió publicándose en otras revistas después de su muerte, como en Chiapas y Ateneo. Asimismo, ha recibido la atención de los estudiosos del arte y de la cultura en Chiapas.

7 Pueden verse algunas fotografías de mujeres jóvenes bajo el título “Flores naturales” e inmediatamente después, en las páginas siguientes, fotografías de la iglesia de San Marcos, en Tuxtla, con el título “Belleza de la capital”. Véase Amanecer, núm. 8, diciembre de 1948, pp. 16-19.

8 En otra tertulia en casa de Eduardo J. Albores, a la que asistieron jóvenes poetas y periodistas como Mariano Penagos Tovar, Ramón Rosemberg Mancilla o Jaime Sabines, consideraban a Duvalier como “el hermano mayor de la nueva generación”, a quien homenajeaban por motivo de la publicación de su libro Elocuencia de corazón. Véase Eliseo Mellanes (4 de agosto de 1948, p. 18).

9 Según el pie de una de las fotos publicadas en Amanecer, 1 de junio de 1948, (2), p. 12.

10Según se consigna en la “Presentación” de la edición facsimilar.

11 La obra inicial de Rosario Castellanos, publicada en la prensa, muestra a una poeta en construcción, anticipando su yo lírico, como lo muestra Yolanda Gómez Fuentes (2014).

12 La prensa del siglo XIX también registró publicaciones literarias (poesía), como lo demuestran los estudios de Karina Domínguez (2008) y de Jesús Morales Bermúdez (2019). En el siglo XX, en el año de 1901, se publicó en Tapachula La revista del Soconusco, un periódico que también se hacía llamar a sí mismo “de variedades”. Sin embargo, en el único ejemplar disponible se alcanza a observar el predominio de la información política.

13 Según consiga el propio periódico en sus páginas.

14 Es cierto que Duvalier no colaboró como autor en Amanecer, pero es clara su participación con el grupo que dirigía la revista, como lo hemos visto.

15 Según se consigna en el directorio de la revista ICACH, junio de 1959.

16 Lo anterior puede concluirse después de revisar el índice de notas y autores elaborado por Mario Nandayapa (2015).

17 La revista Ateneo volvió a publicarse en una segunda época a partir de 2012, con la intención de abarcar más allá de la intelectualidad tuxtleca, como sugiere su impulsor, Javier Espinosa Mandujano (La entrevista, septiembre de 2017, p. 41).

18 De hecho, Eduardo J. Albores (julio de 1987, pp. 5-7), al presentar el primer número de la tercera época de la revista ICACH, sostiene que había dejado de publicarse debido a que no encontraron el apoyo del gobierno tal como sucedió en la década de 1950.

19 Al respecto, puede verse la genealogía sobre revistas académicas de Jesús Morales Bermúdez (2003).

20 Por ejemplo, Andrés Fábregas Puig, quien comenzó a publicar en la tercera época de la revista ICACH, es un reconocido antropólogo, fundador del CIESAS sureste, de la Universidad Intercultural de Chiapas y de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas. Por su parte, Jesús Morales Bermúdez, quien también publicó en la tercera época de la revista ICACH, es un destacado escritor y académico, uno de los fundadores del Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas y exrector de la misma universidad.

21 Además del Estado, también podríamos señalar como agente legitimador al mercado. Ilustra esta cita de Enzo Traverso: “El intelectual, en cambio, actúa por fuera de las universidades, que son los lugares de formación de las elites y las custodias de la cultura conservadora. Es un producto de la naciente industria cultural” (2019, pp. 13-14).